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miércoles, 8 de enero de 2014

HIPERACTIVIDAD DEFINITIVAMENTE FALSA

Dos por uno no es el nombre de un aceite milagroso que quita el óxido del fracaso escolar, es un asunto que puede contarse con gotas de humor. Oraba un chiste muy lamido que en una conversación entre una madre y una vecina decían lo siguiente: - ¿Veo que has tenido gemelos? - No son gemelos, es sólo uno pero hiperactivo. En fin, el dos por uno. Los síntomas centrales de trastorno, el TDAH, son la falta de autocontrol y atención del zagal, su incapacidad para finalizar las tareas y un nerviosismo generalizado. Para diagnosticarlo en casa se utiliza un test, el Cuestionario de Conducta de CONNERS, al que los padres deben responder marcando una casilla con un «nada», «poco», «bastante» o «mucho». Luego, y con las casillas marcadas, se computa el índice de hiperactividad. Las preguntas son: 1. Es impulsivo, irritable; 2. Es llorón/a; 3. Es más movido de lo normal; 4. No puede estarse quieto/a; 5. Es destructor (ropas, juguetes, otros objetos); 6. No acaba las cosas que empieza; 7. Se distrae fácilmente, tiene escasa atención; 8. Cambia bruscamente sus estados de ánimo; 9. Sus esfuerzos se frustran fácilmente; y 10. Suele molestar frecuentemente a otros niños. Si el test anterior lo aplicamos a cualquier infante menor de 5 años daría que todos los humanos hemos sido hiperactivos alguna vez. Todos los niños suelen ser movidos, dispersos y con bajo nivel de autocontrol, algo que define la infancia en si misma. Es más, resulta normal que un niño sea inquieto, que se distraiga con el paso de una mosca y que proteste ante una orden adulta. Durante esta etapa debe aprender a controlarse bajo los límites paternos. Si un chiquillo se mueve cuando padece hambre, soledad, frío o sueño, no se le diagnostica un TDAH sin más. Los adultos atentos nos damos cuenta que el zagal se mueve por falta de algo que el infante desea, un comportamiento harto normal sin trastorno neurológico alguno. Un humano maduro sabe, hasta cierto límite, autocontrolarse si siente hambre, soledad, frío o sueño, pero el crío todavía no ha adquirido estos aprendizajes y ante cualquier incomodidad se muestra inquieto y movido. Si los progenitores no educan a su prole en la espera, la calma y el autocontrol ante el hambre, la soledad, el frío o el sueño regalando de inmediato lo deseado por el zagal, este jamás aprenderá a ganárselo con paciencia, rutinas y esfuerzo. Todo lo anterior nos lleva a pensar que el TDAH pudiera originarse no como una enfermedad innata sino como un aprendizaje equivocado. El test anterior sólo describió la más temprana infancia que el niño no ha sabido superar por falta de límites, premios y atenciones. Si un zagal no aprende a autocontrolarse y continua movido, disperso e impulsivo como en su niñez innata no lo es por sus genes, lo es porque se le educa bajo una sociedad permisiva de lo inmediato. Un entorno acelerado en lo fácil y la hiperestimulación con libre acceso a televisión, internet o deseos lleva a los niños hacia la cultura del quiero y lo tengo con un clic informático. En ello está el papel de los padres si éstos no ponen límites adecuados a sus hijos, algo que explicaría la epidemia del TDAH con cada vez más niños movidos y sin autocontrol, zagales que simplemente llaman la atención para que sus padres ausentes jueguen con ellos, les marquen límites y les regalen estima. Cabe añadir que en otras patologías estudiantiles como dislexias, sorderas, problemas de lateralidad o miopías, la anomalía suele decretarse sin discrepancias entre los especialistas. Ello sucede por dos razones, existen pruebas clínicas que las detectan y los individuos afectados suelen manifestar su problema con claridad. Pero con la hiperactividad no hay análisis médicos que la corroboren y al final todo depende de un cuestionario y de la opinión de un experto. El dictamen de éste es lo que decreta si uno padece o no tal síndrome sin que haya datos físicos o químicos al respecto, sólo opiniones. Se insiste, el fallo del especialista surge de observaciones y preguntas al aquejado y no de prueba clínica alguna que demuestre la hiperactividad. A pesar de ello, y sin pruebas químicas, se les recetan a los chavales fármacos para corregir dicho trastorno. Y lo preocupante, algunos padres sienten en ello un mástil en donde aferrarse ante cualquier mal resultado de su hijo, es decir, viven agazapados al diagnóstico y ven a su hijo como a un enfermo. - ¿Sabe que nuestro hijo sufre un trastorno de la atención con hiperactividad? – preguntaron unos progenitores a un profesor de castellano. - ¿Un TDAH? Claro que lo sé. Ya fui informado en su momento. - Pues esa es la causa de tantos exámenes suspensos en su asignatura. Él necesita una atención especial. Nos gustaría saber como atiende esta patología de forma correctora durante sus clases. Pero lo que el docente no se atrevió a decir era que en clase, y bajo la excusa del TDA con hiperactividad, el alumno había pasado a una hipoactividad, es decir, que no pegaba ni golpe, o dicho de otro modo, no terminaba los ejercicios que el profesor preparaba con exclusividad para él, algo que reducía tiempo de dedicación hacia la mayoría restante de compañeros de clase. Se insiste, en un TDAH no hay pruebas clínicas ni análisis químicos que lo demuestren, sólo son diagnósticos basados en observaciones. Cada vez hay más docentes que hablan de niños hiperactivos no como enfermos, sino como alumnos a quien orientar. Alberto Royo, presidente del Sindicato de Profesores de Secundaria en Navarra, decía al respecto en su blog: ¿No estaremos elevando a rango de patología lo que es un rasgo de la personalidad? ¿No llegará un momento en el que no haya característica personal que no tenga su correspondiente diagnóstico y tratamiento diferenciado? ¿Realmente es positivo para estos chicos “movidos”, “hiperactivos” o con “DTAH” diferenciarles de los demás? Sócrates decía: "nada resulta demasiado difícil para la juventud". ¿No se lo estaremos poniendo nosotros demasiado fácil? En noviembre de 2006, el congreso anual de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria denunció el riesgo que la industria farmacéutica patentara nuevas enfermedades para vender más medicamentos. La gran mayoría de los síndromes psicológicos por aquel entonces descritos resultaban procesos naturales que la industria farmacéutica convertía en patologías con el fin de colocar nuevos fármacos cuya utilidad parecía, al menos, dudosa. El doctor Pablo Alonso, médico del Centro Cochrane Iberoamericano, señaló que así lo hacían algunas multinacionales farmacéuticas. Alonso afirmaba que con ello se lograba crear en los pacientes la falsa expectativa de una salud perfecta sin esfuerzos sintiéndose situaciones propias de la vida como síndromes a tratar con fármacos. Así al cansancio se le había llamado fatiga crónica; a la pereza de ir a trabajar, síndrome vacacional; a la timidez, inhibición social y al alumno inquieto y desatento, hiperactivo. Según Alonso y otros científicos como Jörg Blench y Ray Moynihan, todas aquellas situaciones eran sensaciones que con esfuerzo se superaban, pero que los placebos de las farmacéuticas hacían que no se afrontasen y que se cayera en la debilidad psicológica y la falta de esfuerzo ante cualquier frustración de la vida. Jörg Blench en su libro Cómo nos Convierten en Pacientes sacó a la luz el hecho que ciertas farmacéuticas y grupos de médicos patentaban nuevas enfermedades para crear un negocio con los fármacos que las trataban. También Ray Moynihan, científico australiano, pensaba igual y añadía que se deberían deshacer los intereses económicos que existían entre médicos y farmacéuticas. Los fármacos que se recetan en caso de TDAH suelen contener metilfenidato o atomoxetina, anfetaminas psicoestimulantes que calman a los estudiantes con TDAH pero que provocan serios efectos secundarios. Según la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, los medicamentos con metilfenidato producen alteraciones cardiovasculares, psiquiátricas, retardos en el crecimiento, insomnio, anorexia, disminución del umbral convulsivo en pacientes con historia de convulsiones o con EEG anormal sin ataques. Además tal tipo de anfetaminas han sido prohibidas en Canadá entre otros países por su conocida potencialidad adictiva por lo que no se deberían administrar a niños menores de seis años y mucho menos a estudiantes con tics (Síndrome de Gilles de la Tourette) o en jóvenes psicóticos ya que aumenta tal sintomatología. En cuanto a la otra anfetamina, la atomoxetina, ésta puede producir cambios en la presión arterial, alteración cardiaca, pérdida de peso, retardo en el crecimiento, síndromes gripales, mareos, pérdida de conciencia, vómitos y disminución del apetito. En fin, que una medicación que produce efectos relajantes inmediatos, pero sin esfuerzo del aquejado, se cobra el precio de muchos efectos secundarios bajo el riesgo de adicción psíquica. Llegados a ese punto sobre la hiperactividad, háganse la siguiente pregunta, si no existen análisis clínicos para demostrar materialmente la hiperactividad, ¿cómo sí se trata con medicinas sin conocer su causa neuroquímica? El diagnóstico de hiperactividad resulta algo muy ambiguo que podría representar una simple excusa para justificar la inconstancia en los deberes y el pago por tratamientos farmacológicos. Antes, de este tipo de alumnos se decía que les costaba trabajo estar atentos pero que debían esforzarse, ahora se afirma que son enfermos y que deben ser los educadores quienes se esfuercen para que los afectados no trabajen tanto. Tal perspectiva hace que se pueda tratar a los hiperactivos como incapacitados, algo nada estimulante para un estudiante. En la experiencia de muchos docentes se hallan muchos alumnos con TDAH que una vez diagnosticados su rendimiento cae en picado. Piense en lo siguiente, si al presunto hiperactivo se le dice y repite que padece un TDAH, el chaval se cree incapacitado y acaba por desarrollar otra anomalía, un QTTT, que trabaje tu tía. Quizás ese nuevo trastorno, el QTTT, sea el origen del infinitivo que mejor los describe, qatear. En fin, que sin quererlo hemos hecho fracasar al alumno bajo su nuevo QTTT algo que le ha convertido en un cateto sin que él fuera culpable de su inapetencia estudiantil. - ¿Saben que Oriol ha faltado dos días de clase falsificando los justificantes de ausencia? – inquirió el anterior profesor a aquellos padres (los nombres han sido falseados). - Sí, pero creemos que es algo comprensible – respondió el padre con aplomo y educación. - ¿Comprensible? Podría explicarse por favor. - Oriol nos ha contado que la mayoría de profesores le acosan verbalmente y eso le afecta mucho. Por eso se ausenta del colegio. - ¿Saben entonces que Oriol no pega ni golpe?, ¿que se pasa las clases riendo, provocando a los docentes y que por eso éstos le exigen, que no acosan? - Dada su hiperactividad todo eso es normal. Ustedes deberían tenerlo en cuenta. Su ritmo de trabajo es inferior al de los demás. - ¿Inferior? ¡Pero si es nulo! En fin, que el problema de aquellos padres fue que se creían en demasía la hiperactividad como una enfermedad que incapacitaba a su hijo, y no como algo quizá adquirido. Cabe indicar aquí que a tenor de los últimos avances en neurobiología pudiera ocurrir que la hiperactividad fuera una situación normal a superar solo con esfuerzo y hábitos familiares férreos, no con anfetaminas atontantes que provocan dependencia, desmayos, quitan el apetito y retrasan el crecimiento. Investigaciones recientes han demostrado que en el aprendizaje la atención influye más que la capacidad innata del individuo, es decir que el entorno puede más que la genética y que por tanto, la capacidad no es innata. Si la hiperactividad hunde sus raíces en lo adquirido, ésta pesa más que lo innato y por tanto los malos hábitos la desatan y por el contrario, los buenos la pueden desactivar, y no los fármacos. Muchos educadores saben que una educación motivadora y con retos, llamada estudio esforzado, crea chicos brillantes con gran independencia del genoma heredado. Estudios de neurociencia también afirman que el ambiente afecta más que la genética en el talento de los estudiantes. Un estudio efectuado durante más de siete años sobre unos 2000 niños, afirma que el entorno social y cultural ostenta mayor influencia que la genética en sus CI o coeficientes de inteligencia. El estudio se realizó sobre una población estudiantil afroamericana en seis barriadas distintas de la ciudad de Chicago. Los resultados descubrieron notables y pertinaces descensos en la destreza verbal de los chicos ubicados en los barrios más desfavorecidos. Para más información se puede consultar por Internet, Proceedings of the National Academy of Sciences USA del 19 de diciembre de 2007. Añadamos a lo anterior que familias en donde se practica el estudio esforzado crean alumnos sin problemas educativos y sin hábitos hiperactivos. Estos padres realizan prodigios con sus hijos gracias a una gran dedicación y a un buen ideario moral. La genética está allí, pero no para creernos dirigidos por ella, sino para moldearla. En el año 2006 la Cambridge University Press publicó The Cambridge Handbook of Expertise and Expert Performance donde K. Anders Ericsson, Paul J. Feltovich, Robert R. Hoffman y Neil Charness compilaban una serie de artículos y observaciones que demostraban algo paradójico, que los expertos no nacían, se hacían, es decir que los buenos hábitos pueden despertar los buenos genes, las capacidades innatas. Otra vez aquí, la educación que motiva y pone retos a los hijos, estudio esforzado, crea chicos brillantes, hasta niños prodigio. Ejemplos de ello fueron Mozart en la música, Tiger Woods en el golf y Judit Pólgár en el ajedrez. Todos ellos recibieron una educación muy temprana destinada a dominar cierta especialidad. Ello nos vuelve a indicar que una educación bien dirigida potencia las capacidades innatas y reprime hiperactividades y demás chacras. La idea que los niños brillantes no nacen, se hacen, choca con nuestra concepción determinista del tan de moda genoma humano. Bajo el prisma de éste, todo parece contenido en los genes pero es la cultura quien amasa el barro de nuestras capacidades innatas. Heredamos potenciales gracias a nuestros cromosomas pero bajo un buen influjo los buenos llegan a fructificar, en caso contrario jamás se aprovechan. Cómo decía Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica y profesor emérito de Economía Política de la Universidad de Warwick, nuestra naturaleza puede predisponernos a aprender, pero lo que aprendemos depende de cómo nos crían. A tenor de los últimos descubrimientos en neurobiología, los superdotados surgen más del influjo familiar que no del genoma heredado, todo lo contrario de lo que creen los padres agazapados al diagnóstico de un TDAH. En marzo de 2007 la investigadora del Centro de Regulación Genómica de Barcelona, Mara Dierssen, declaraba que los modernos estudios de neurociencia indicaban que el ambiente influía más que la genética en el talento musical. Podía existir una predisposición genética, pero cuando se estudiaban casos de gemelos univitelinos que se habían criado en entornos diferentes, uno musical y el otro no, se comprobaba que lo más influyente era el ambiente. Algo parecido sucedía con los idiomas. Es decir, la genética estaba siempre en un segundo plano con respecto a los hábitos. El ajedrecista Philip E. Ross, en el número de septiembre de 2006 del Scientific American, escribía que las pruebas de qué disponía la sicología indicaban que los expertos no nacían, se hacían. Más todavía: la probada posibilidad de convertir rápidamente un niño en un experto – en música, en ajedrez y en otros muchos campos – planteaba un claro reto al sistema educativo. ¿Sería posible hallar la forma de incitar a los escolares al estudio esforzado que mejoraría su destreza lingüística y aritmética? [...] En lugar de estar perpetuamente preguntándose ¿por qué no sabía leer el niño?, tal vez hubiera llegado el momento de decirse ¿por qué había de haber algo que no pudiera aprender?”. La opinión anterior halló un respaldo definitivo en invierno de 2008 cuando el neurobiólogo Douglas Fields demostró que el cerebro humano adquiría mayor potencial de aprendizaje si desde pequeño uno se esforzaba o le inducían a ello. De hecho, y desde el año 2005 existían trabajos de este autor en ese sentido. Durante mucho tiempo se había considerado que la sustancia blanca cerebral era menos útil que la gris, de ahí la falsa expresión que los humanos sólo utilizábamos una parte de todo nuestro potencial encefálico. Ahora, y como se ha demostrado, lo utilizamos todo. La sustancia gris del cerebro corresponde a cuerpos neuronales mientras que la blanca son axones recubiertos de mielina. Pues bien, cuando nacemos nuestras células cerebrales se hallan poco mielinizadas. El ritmo y crecimiento de esta sustancia alrededor de los axones influye en el aprendizaje, la memorización, la inteligencia y el autocontrol, todos antídotos de la hiperactividad. Lo más curioso del caso es que el recubrimiento de mielina es mayor en individuos que desde pequeños fueron estimulados y educados bajo el esfuerzo. Los estudios llevados a cabo por el equipo del doctor Vincent J. Schmithorst del Hospital Infantil de Cincinnati hallaron una correlación directa entre el desarrollo de la sustancia blanca cerebral, el cociente intelectual de los niños estudiados y la ausencia de hiperactividad. Otras investigaciones ponen de manifiesto que los niños desatendidos por sus familias poseen un 17 % menos de sustancia blanca en el cuerpo calloso que los bien atendidos, algo que podría indicar que los padres ausentes son causa de TDAH en su descendencia. En resumen, que la experiencia influye en la mielinización, y esta en la inteligencia del individuo. Si queremos que un zagal alcance un nivel elevado de inteligencia, debe empezar a ejercitarla desde edades muy tempranas. El doctor Douglas Fields escribía lo siguiente en el número de abril de 2008 del Scientific American, “el cerebro que poseemos hoy lo construimos al interaccionar con el entorno mientras crecemos y nuestras conexiones neuronales comienzan a mielinizarse”. Se insiste por tanto que el esfuerzo cuenta más que la capacidad innata y que el TDAH puede evitarse con ello. Si se dan las condiciones para que el alumno se sienta empujado hacia el esfuerzo todo fluye hacia el éxito. Si existen buenos docentes, un ambiente social y familia comprometidos, más unas leyes exigentes en los currículos, el esfuerzo aparece y con él la mayor fijación de mielina en los axones neuronales, algo que conlleva una mayor capacidad memorística y a un mayor número de conocimientos y descubrimientos con su placer intelectual y motivación incorporados, algo que nos lleva de nuevo al esfuerzo cerrando un bucle que se retroalimenta positivamente para crecer y crecer sin TDAH alguno. De ahí los resultados del equipo del doctor Schmithorst en el Hospital Infantil de Cincinnati, de ahí que a más esfuerzo, más mielina y mayor cociente intelectual de los niños. En resumidas cuentas, y aportadas todas las informaciones anteriores, se debe afirmar que la inteligencia y la concentración se posee si se trabaja, como también se adquiere la hiperactividad si un mal hábito la condiciona. El TDAH resulta pues un potencial despertado por unas costumbres erróneas que en breve detallaremos, pero jamás un destino determinado por nuestros genes. Por tanto, para reconducir una hiperactividad por buen camino habrá que evitar tales males prácticas potenciando sus contrarias. Lo curioso del caso, y una vez diagnosticada la hiperactividad, es que hay dos opciones para comunicarla a los padres. La primera, como un mal hábito que la provocó, por tanto la solución debería ser corregir el mal hábito. La segunda, afirmar que el lechón padece una enfermedad, un TDAH, y recetar fármacos al respecto. Si el estudio esforzado demostró su efectividad para despertar inteligencias innatas, ¿por qué no probar lo mismo para resolver la hiperactividad? Muchos docentes afirman que con la reforma la cultura del esfuerzo cayó en picado, ¿y si por culpa de eso, más unos malos hábitos, se daba la actual epidemia de hiperactividad? Si analizamos las malas costumbres que causan un TDAH se da una respuesta clara a lo anterior. El primer dato nos lo ofrecieron unos estudios médicos en octubre de 2007 presentados en Barcelona durante un congreso de medicina sobre el sueño. Según estos, el 15 % de los niños llamados hiperactivos, en realidad padecían trastornos de sueño. Así lo indicaban los especialistas Gonzalo Pin del Hospital Quirón de Valencia, y Milagros Merino del Hospital La Paz de Madrid. El pequeño que dormía mal, al día siguiente mostraba conducta irritable, pérdida de concentración, bajo autocontrol y disminución del rendimiento escolar. Por esos signos se le clasificaba como hiperactivo al ser síntomas del TDAH. Sólo con cambiar sus pautas de sueño se corregía la supuesta hiperactividad. Estos malos hábitos se adquirían durante los primeros años de vida. Los médicos afirman que a partir de los siete meses se debe enseñar a dormir bien a los lechones. Los padres deben relajar a su hijo para que se duerma. Rutinas de horario fijas, dietas suaves y sin azúcares excesivos en la cena, actividades relajantes al anochecer, obligación de dormir solos en una habitación tranquila, son las recomendaciones más comunes que se dan para evitar el trastorno del sueño y con él, posibles y fatuas hiperactividades futuras. En fin, que malos hábitos y no una enfermedad, causan el 15 % de los TDAH diagnosticados. El segundo mal hábito provino de un estudio sobre alimentación. En setiembre de 2007 la Autoridad Europea de Seguridad, EFSA en sus siglas en inglés, dijo que analizaría si algunos aditivos y colorantes usados en dulces y refrescos azucarados podían inducir al TDAH. Trabajos en la Universidad de Southampton así lo parecían indicar. Los autores de dichos trabajos relacionan la hiperactividad con predisposiciones genéticas y malos hábitos educacionales. El estudio publicado en la revista The Lancet, constataba que los niños que habían consumido hidratos de carbono con ciertos aditivos mostraban comportamientos bulliciosos y pérdida de concentración algo superiores a los que no lo hacían. Deberíamos recordar que un exceso de calorías de fácil asimilación como son los azúcares, incentiva esa ligera subida del bullicio en un grupo de alumnos. Por otro lado, en los consejos dados anteriormente para evitar el trastorno del sueño, quedaba claro que una dieta con exceso de hidratos de carbono activa de noche al escolar y no le permite dormir plácidamente, algo que puede desatar el TDAH por la mañana. El tercer dato es la ausencia de la cultura del esfuerzo. En esto hay testimonios muy reveladores, los propios escolares diagnosticados de hiperactividad. La mayoría de ellos reconocen que aprovechan la supuesta enfermedad como excusa para hacer lo que les da la gana, es decir, no estudiar. Sirva la siguiente redacción de un escolar de 14 años con TDAH y los hechos hablan por si mismos. Las faltas de ortografía y sintaxis fueron, por dignidad, corregidas. <> Claro está que el alumno sufría de una falta de hábitos en el autocontrol y no de una enfermedad llamada TDAH, una patología que había sido diagnosticada por varios especialistas en primaria y tratada con toda clase de fármacos durante secundaria. Si a ello sumamos el error de explicar al alumno que padece una enfermedad, algo no cierto, y que por ello se le rebajan los contenidos, el adolescente se acostumbra a trabajar menos y a caer en un pozo de inactividad, algo que así me confesó en privado este alumno. En fin, que se debió pensar que la hiperactividad no era una mancha de serie imborrable, sino simplemente algo que unas malas rutinas, falta de límites y bajas atenciones paternas despertaron del letargo interno. No parece aconsejable que algunos docentes y psicólogos defiendan explicarle al escolar que padece de TDAH y que para ello se le reduzca el grado de exigencia escolar. Eso equivale a estafarle con una educación descafeinada. Por desgracia muchos padres aceptan el diagnóstico del TDAH como una enfermedad que les consuela, una etiqueta que les aleja de cualquier sensación de culpabilidad: la culpa no fue nuestra, lo ha sido lo innato de nuestro hijo. Un cuarto factor causante de la hiperactividad es la falta de pautas en orden, disciplina y premios, en fin, escuchar y atender al infante. Mejor regalarle tiempo de juego, límites y cariño que no móviles, consolas y ordenadores para que no molesten. Un zagal abandonado por unos padres ausentes no llega a desarrollar sus capacidades de autocontrol y concentración que luego el TDAH justifica. La relación entre mentores que no castigan y no premian al infante más una ausencia de rutinas en comidas, deberes y sueño hallan una clara relación con el TDAH. Sin orden, ni juegos, ni disciplina aumenta la impulsividad del rapaz y por tanto su incapacidad de autocontrol y de concentrarse. En eso resulta muy importante, y para evitar la hiperactividad, que se enseñe a los chiquillos a esperar, no todo debe ser inmediato como el clic en un ordenador o el sí de unos padres ante un revolcón llorón de su cachorro. Un estudio de la facultad de Psicología de la URV, Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, demostró que la impulsividad adquirida, que no innata, está implicada en el TDAH, es decir, que cualquier entorno que promueva la ausencia de control anima a la aparición de la hiperactividad. La doctora en sicología, Fàbia Morales, así lo indicaba en su tesis doctoral en enero de 2008. Cabe añadir que en enero de 2014 el psicólogo clínico, doctor Joseph Knobel Freud, escribía en la prestigiosa revista Unicamp de la Universidad Estadual de Campinas, Sao Paulo, Brasil, que: el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) se está diagnosticando muchísimo. Si hiciéramos caso a las estadísticas, nos encontraríamos ante una auténtica epidemia. Pero, en mi opinión, este trastorno no existe. Añadía Knobel que el TDAH estigmatiza al niño al hacerle sentirse un enfermo, algo que reduce su complejidad a un paradigma simplificador, el TDAH, bajo un "déficit" neurológico. Además ahora se sabe que el psiquiatra Leon Eisenberg, el que descubrió el trastorno de déficit de atención e hiperactividad, confesó siete meses antes de fallecer en 2009 que es una enfermedad ficticia. En resumen, y si ahora se suman todos los malos hábitos anteriores, trastornos del sueño, abuso de azúcares, ausencia de rutinas, ausencia del esfuerzo, ausencia de disciplina, padres ausentes y la impulsividad que conlleva, parece obvio que la hiperactividad resulta algo adquirido y no una enfermedad a tratar con psicotrópicos. Por tanto, para evitarla y corregirla se debe aplicar lo contrario a su causa, sus antídotos: pautas correctas para el sueño, baja ingestión de glúcidos antes del sueño, rutinas diarias en comidas, momentos lúdicos, horas de estudio, cultura del esfuerzo, disciplina y atención familiar para reducir con todo ello la impulsividad y su consecuencia, la hiperactvidad. A mayor disciplina, mayor esfuerzo invertido, lo que aumenta la fortaleza del zagal y reduce su nivel de frustración e impulsividad, algo que nos lleva de nuevo a la autodisciplina, un pez que se muerde la cola y aumenta más y más a cada vuelta rescatando de su hiperactividad al escolar. En caso contrario, y si un educador le insiste que hay que priorizar los fármacos a los hábitos correctores, le está haciendo un flaco favor a su hijo al tratar la hiperactividad como una enfermedad paralizante y no como una situación a superar. Sería como si a alguien olvidadizo por no utilizar la agenda se le recetaran pastillas. - ¿Que padezco doctor? - Síndrome del despiste. - ¿Y eso es grave? - No, sólo un mal hábito. - ¿Y cómo se cura? - Primero dejando de creer que usted es un enfermo. - ¿Y segundo? - Pues luego dejando de venir a mi consulta para que los dos no perdamos más el tiempo, ¿qué tal un poco de voluntad, un buen uso de la agenda y más esfuerzo por su parte? Pero otro mal facultativo optaría por otra treta: - ¿Que padezco doctor? - Un trastorno de la memoria con despiste agudo. - ¿Y eso es grave? - Se puede tratar. - ¿Y cómo se cura? - Pues con estas pastillas de glucosa con cafeína – algo que todos los estudiantes siempre utilizaron para mejorar su memoria -, y con esta agenda de regalo. Úsela a menudo y ya verá. Convertir a un alumno, o a alguien, en un enfermo significaba transmutarlo en un inválido intelectual, alguien que luego es incapaz de superar con su propio esfuerzo el mal hábito adquirido y que espera que los fármacos le resuelvan el problema. La hiperactividad parece hallarse en esa categoría. Recuérdese que una enfermedad no suele ser una elección, en cambio un hábito sí. Más de dos horas entre deberes y estudio diarios debieron ser praxis normales para cultivar todo el potencial de cualquier estudiante. En caso contrario, se están desaprovechando sus capacidades. En resumidas cuentas, entorno y genética siempre fueron dos partes inherentes de la especie humana difíciles de separar, sin cultura no nos hacemos humanos pero sin base innata no habría un ser para ser educado. El límite entre la una y la otra siempre suscitaron miles de debates científicos y filosóficos. Quizás fue nuestra obsesión por clasificar las cosas el error. Jamás existieron en nosotros dos entidades claramente diferenciadas como cultura y biología, simplemente los humanos somos las dos cosas a la vez. Nacemos con potenciales que yacen dormidos hasta que nuestros hábitos los activan o los reprimen, pero son nuestras conductas, y no nuestros genes, quienes mandan más en ello. Como decía Kant, nos hacemos humanos al ser educados por otros humanos educados. Así pues, nuestro entorno y cultura afecta nuestras predisposiciones genéticas, cierto, pero depende de nosotros potenciar la inteligencia o reprimir la hiperactividad. El TDAH no es una enfermedad, simplemente resulta un mal hábito inducido y una errónea costumbre adquirida puede resolverse con rutinas y esfuerzo diario. Los fármacos puede que ayuden puntualmente pero sin un cambio de hábitos la cosa irá para largo y el alumno acabará adicto a las anfetaminas. Todos los datos médicos anteriores así lo parecen indicar. En fin, lo padres no deben creerse esclavos de ningún diagnóstico que influya limitando las posibilidades de su hijo. La hiperactividad no es una lacra, simplemente es un mal hábito a corregir.

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