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martes, 11 de octubre de 2016

35. Díscolos: Hgo lo qe m da la gana

Recuerdo un docente que se la jugó ante una fechoría de sus alumnos. Estos tenían por costumbre comer pipas de girasol a la entrada del colegio. Con ello dejaban el suelo tapizado con las cáscaras de las susodichas asterales. Pues tras varias reflexiones, diálogos y razonamientos sin éxito, al profesor se le acabó la paciencia. Un mediodía les esperó y obligó a recoger con las manos sus cascajos escupidos por el suelo. La verdad fue que durante toda la ESO jamás volvieron a ensuciar la entrada del centro educativo. Ellos habían vivido en propia piel limpiar lo ensuciado. La urbanidad pasa muy a menudo por limpiar lo que uno ensucia. Es así como se toma conciencia del valor de las normas. Pero funestos educadores habrá que repitan una y otra vez que la clave de la urbanidad reside en el diálogo con nuestros párvulos, que debemos razonar y negociar con ellos todo aquello que fuera menester, que la imposición pueden traumatizar a los lechones y que jamás deberíamos utilizar la contundencia con ellos. Bajo ese pretexto se anima a muchos padres a la ausencia de obligaciones hogareñas de sus retoños y a la pérdida de los valores. Sin pautas ni normas claras a experimentar difícilmente los adolescentes aprenden urbanidad. El docente que exigió la limpieza del suelo jamás se le pudo tachar de abusador, simplemente ejerció su deber, el de educador, de otra manera alimentaremos las estadísticas de púberes dictadores y sin códigos de comportamiento. En enero de 2008 las estadísticas del Teléfono de Atención a la Infancia, servicio gestionado por ACISF y la Generalitat de Catalunya, desvelaron esa realidad. Las llamadas de padres desbordados ante sus hijos se habían incrementado claramente con respecto a períodos anteriores. La edad de rebeldía de muchos lechones había descendido hasta quedar por debajo de los 12 añitos. Los progenitores se mostraban impotentes ante sus pequeños dictadores sin saber qué hacer. Sin límites claros desde su infancia, los rapaces habían triunfado negándose a estudiar, a limpiar lo que ensuciaban, o simplemente faltando al respeto a sus adultos. En fin, demasiados derechos y bienes materiales sin responsabilidades correctamente asumidas, demasiados síes y escasos noes durante su infancia, hasta puede que ninguna sanción. Por tanto elogie a aquel maestro que ordene limpiar las mesas de clase, recoger los papeles del suelo y hasta limpiar de cascajos el pavimento de la calle.

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