Muchos docentes opinan que algunas teorías educativas no les permiten construir un mundo mejor desde la enseñanza. De hecho poca gente contrasta estas teorías con datos reales. Para mejorar el sistema educativo son necesarias más demostraciones y menos opiniones. Hay que observar los hechos probados y sistematizarlos. He aquí cartas de prensa, artículos en los medios y capítulos numerados que ofrecen un amplio corolario de datos contrastados para mejorar realmente la enseñanza y la sociedad.
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jueves, 7 de agosto de 2014
TDAH III Jornades de Secundària al CDL
Los síntomas centrales de trastorno, el TDAH, son la falta de autocontrol y atención del individuo, su incapacidad para finalizar las tareas y un nerviosismo generalizado. Para la mayoría de psiquiatras, asociaciones de familias con hijos hiperactivos y laboratorios farmacéuticos la causa del TDAH es más genética que adquirida, en cambio para muchos psicólogos, neurobiólogos y docentes la causa es más adquirida que genética. En ambos lados hay sus excepciones, pero lo básico es que existen estas dos tendencias para explicar el origen causal del TDAH. Este va a ser el tema de debate de las próximas III Jornadas de Secundaria que se celebrarán en el Il·lustre Col·legi de Doctors i Llicenciats de Catalunya los próximos 21 y 22 de Noviembre de 2014 en Barcelona. Joe Knobel, psicólogo clínico miembro de Espai Freud, y Rosa Bosch, psiquiatra de la Vall d’Hebron, expondrán sus puntos de vista. Analicemos quien puede llevar más razón.
En el diagnóstico de hiperactividad no hay análisis químicos que lo corroboren y al final todo depende de la opinión de un experto. El fallo del especialista surge de observaciones y preguntas al aquejado. En este sentido las tomografías cerebrales sólo muestran como funciona el cerebro del afectado con TDAH, no la causa ni el trastorno en si. Al ver las áreas cerebrales implicadas sólo vemos como reaccionan las neuronas, pero con ello no podemos discernir si tal actividad neuroquímica es innata o adquirida. Los fármacos, por tanto, intentan paliar los efectos y no la causa original del trastorno.
En noviembre de 2006, el congreso anual de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria denunció que la gran mayoría de síndromes psicológicos de aquel entonces resultaban procesos naturales que la industria farmacéutica convertía en patologías con el fin de colocar nuevos fármacos cuya utilidad parecía, al menos, dudosa. El doctor Pablo Alonso, médico del Centro Cochrane Iberoamericano, afirmaba que con ello se lograba crear en los pacientes la falsa expectativa de una salud perfecta sin esfuerzo en superar situaciones propias de la vida. Así al cansancio se le había llamado fatiga crónica; a la pereza, síndrome vacacional; a la timidez, inhibición social y al alumno desatento, hiperactivo. Según Alonso y otros científicos como Jörg Blench y Ray Moynihan, todas aquellas situaciones eran sensaciones que con esfuerzo se superaban, pero que los placebos de las farmacéuticas hacían que no se afrontasen. Cabe añadir que las propias farmacéuticas subvencionan congresos que publicitan y promocionan fármacos para el TDAH. Sirva de ejemplo el de Mayo de 2014 en Barcelona, un congreso dirigido exclusivamente a estudiantes, asociaciones de hiperactivos y familias a quienes se les ofrecía todo tipo de facilidades en desplazamientos, alojamiento, y hasta descuentos en tiendas.
Con independencia de los congresos publicitarios, los fármacos allí propuestos contenían metilfenidato o atomoxetina, anfetaminas psicoestimulantes que calman a los estudiantes con TDAH pero que no atajan la causa genética que algunos psiquiatras y familias defienden. Es más, existe el riesgo de graves efectos secundarios como alteraciones cardiovasculares, retardos en el crecimiento, insomnio, anorexia y pérdida de conciencia. Por todas estas causas este tipo de anfetaminas han sido prohibidas en Canadá y otros países.
Ante todo lo anterior cabe buscar otra perspectiva ante el TDAH. En la experiencia de muchos docentes se hallan muchos alumnos con TDAH que una vez diagnosticados su rendimiento cae en picado. En ello cabe añadir que muchos padres se creen en demasía la hiperactividad como una enfermedad que incapacitaba a su hijo, y no como algo quizá adquirido. De esta forma, y si al presunto hiperactivo se le dice y repite que padece un TDAH y que se le rebajaán los niveles de exigencia escolares, el chaval se cree incapacitado y acababa por desarrollar otra anomalía, un QTTT, que trabaje tu tía, algo que le convierte en un cateto sin que él sea culpable de su inapetencia estudiantil.
Ante la observación de algunos docentes cabe añadir los últimos avances en neurobiología que indican que gran parte de la hiperactividad es una situación normal a superar solo con esfuerzo y hábitos familiares férreos. Investigaciones recientes han demostrado que en el aprendizaje la atención influye más que la capacidad innata del individuo, es decir que el entorno puede más que la genética y que por tanto, la capacidad no es del todo innata. Si la mayor parte de la hiperactividad hunde sus raíces en lo adquirido, esto pesa más que lo innato y por tanto los malos hábitos la desatan y los buenos la desactivan. Muchos educadores saben que una educación motivadora y con retos, llamada estudio esforzado, crea chicos brillantes con gran independencia del genoma heredado. Estudios de neurociencia también afirman que el ambiente afecta más que la genética en el talento de los estudiantes. Un estudio efectuado en Chicago durante más de siete años sobre unos 2000 niños, afirmaba que el entorno social y cultural ostenta mayor influencia que la genética en sus coeficientes de inteligencia. Para más información se puede consultar por Internet, Proceedings of the National Academy of Sciences USA del 19 de diciembre de 2007. Añadamos a lo anterior que familias en donde se practica el estudio esforzado crean alumnos sin problemas educativos y sin TDAH. Bajo este prisma, es la cultura quien amasa el barro de nuestras capacidades innatas. Heredamos potenciales gracias a nuestros cromosomas pero bajo un buen influjo los positivos llegan a fructificar, en caso contrario jamás se aprovechan.
En marzo de 2007 la investigadora del Centro de Regulación Genómica de Barcelona, Mara Dierssen, declaraba que los modernos estudios de neurociencia indicaban que el ambiente influía más que la genética, es decir, la genética estaba siempre en un segundo plano con respecto a los hábitos. La opinión anterior halló un respaldo definitivo en invierno de 2008 cuando el neurobiólogo Douglas Fields demostró que el cerebro humano adquiría mayor potencial de aprendizaje si desde pequeño uno se esforzaba o le inducían a ello. Cuando nacemos nuestras células cerebrales se hallan poco mielinizadas. El recubrimiento de mielina es mayor en individuos que desde pequeños fueron estimulados y educados bajo el esfuerzo provocando un mayor cociente intelectual de los niños estudiados y una ausencia de hiperactividad. Bajo todo lo anterior cabría presuponer que el TDAH resulta un potencial despertado por unas costumbres erróneas que pasamos a detallar.
El primer dato nos lo ofrecieron Gonzalo Pin del Hospital Quirón de Valencia, y Milagros Merino del Hospital La Paz de Madrid, al ver que el 15 % de los niños llamados hiperactivos, en realidad padecían trastornos de sueño. El pequeño que dormía mal, al día siguiente mostraba conducta irritable, pérdida de concentración, bajo autocontrol y disminución del rendimiento escolar. Sólo al cambiar sus pautas de sueño se corregía la supuesta hiperactividad.
El segundo dato se publicó en la revista The Lancet en setiembre de 2007 en donde se relacionó la hiperactividad con el abuso de azúcares que provocaban comportamientos bulliciosos y pérdida de concentración en los chavales. Además una dieta con exceso de dulces activa de noche al escolar y no le permite dormir plácidamente, algo que puede desatar el TDAH por la mañana.
El tercer dato fue la relación entre ausencia de cultura del esfuerzo y TDAH de algunos alumnos. Muchos docentes testimonian que algunos escolares diagnosticados de hiperactividad, en realidad carecen de rutinas, límites y atenciones paternas. Sin orden, ni juegos, ni disciplina aumenta la impulsividad del rapaz y por tanto su incapacidad de autocontrol y de concentrarse, su TDAH. Un estudio en 2008 de la doctora Fàbia Morales demostró que la impulsividad adquirida, que no innata, estaba asociada con el TDAH, es decir, que cualquier entorno que promueva la ausencia de control anima a la aparición de la hiperactividad.
Descrito todo lo anterior, vemos que trastornos del sueño, abuso de azúcares, ausencia de rutinas, ausencia del esfuerzo, ausencia de disciplina, padres ausentes y la impulsividad asociada, pueden provocar un TDAH. Por tanto, parece que la causa general del TDAH es más adquirida que innata. Entorno y genética siempre fueron dos partes inherentes de la especie humana difíciles de separar, sin cultura no nos hacemos humanos pero sin base innata no habría un ser para ser educado. El límite entre la una y la otra siempre suscita miles de debates científicos y filosóficos. Quizás fue nuestra obsesión por clasificar las cosas el error. Jamás existieron en nosotros dos entidades claramente diferenciadas como cultura y biología, simplemente los humanos somos las dos cosas a la vez. Nacemos con potenciales que yacen dormidos hasta que nuestros hábitos los activan o los reprimen, pero son nuestras conductas, y no nuestros genes, quienes mandan más en ello. Como decía Kant, nos hacemos humanos al ser educados por otros humanos educados. Depende por lo tanto de nosotros potenciar la inteligencia o reprimir la hiperactividad. Esta última sí, existe, pero con dos matices. El primero es que hay decenas de causas diferentes que provocan el TDAH y la segunda es que la inmensa mayoría de ellas no son cien por cien innatas sino malos hábitos educativos. Los fármacos puede que ayuden puntualmente pero sin un cambio de hábitos la cosa irá para largo. Todos los datos médicos anteriores así lo indican. En fin, lo padres no deben creerse esclavos de ningún diagnóstico que influya limitando las posibilidades de su hijo. La hiperactividad no es una lacra, simplemente es un mal a corregir. El psiquiatra que descubrió el TDAH, Leon Eisenberg, confesó siete meses antes de fallecer en 2009 que el TDAH era una enfermedad forzada.
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