- ¿Veo que has tenido gemelos?
- No son gemelos, es uno sólo pero hiperactivo.
En fin, el dos por uno. En la mayoría de patologías estudiantiles como dislexias, sorderas, problemas de lateralidad o miopías, la anomalía suele decretarse sin discrepancias entre los especialistas. Ello sucede por dos razones, existen pruebas clínicas que las detectan y los individuos afectados suelen ser conscientes de su problema, pero con la hiperactividad no hay análisis médicos que la corroboren y al final todo depende de la opinión y del criterio de un especialista. El dictamen de este es lo que decreta si uno padece o no tal síndrome sin que haya datos físicos al respecto, sólo opiniones. El fallo del especialista en función de observaciones y preguntas al aquejado son el indicio, que no prueba clínica, de estar delante de un chaval hiperactivo. Lo preocupante de estos casos es que cuando a un lechón se le diagnostica un TDAH, un trastorno de la atención con hiperactividad, por desgracia, algunos padres sienten en ello un mástil en donde aferrarse ante cualquier mal resultado de su hijo, es decir, viven agazapados al diagnóstico.
- ¿Sabe usted que nuestro hijo sufre un trastorno de la atención con hiperactividad? – preguntaron unos progenitores a un profesor de castellano amigo mío.
- ¿Un TDAH? Claro que lo sé. Ya fui informado en su momento.
- Pues esa es la causa de tantos exámenes suspensos en su asignatura. Él necesita una atención especial. Nos gustaría saber como atiende usted esta patología de forma correctora durante sus clases.
Pero lo que el docente no se atrevió a decir era que en clase, y bajo la excusa del TDA con hiperactividad, el alumno había pasado a una hipoactividad, es decir, que no pegaba ni golpe, o dicho de otro modo, no terminaba los ejercicios que el profesor preparaba con exclusividad para él, algo que reducía tiempo de dedicación hacia el resto y mayoría de compañeros de clase. Insisto, en un TDAH no hay pruebas clínicas ni análisis químicos que lo demuestren, sólo son diagnósticos basados en observaciones, ¿se imaginan ahora que no fuera una enfermedad?, ¿a qué se aferrarían los padres anteriores? Fíese por tanto del docente que le habla de un hiperactivo no como un enfermo y sí como un alumno a quien orientar. Quizás no sea una patología sino sólo un conjunto de hábitos mal adquiridos. Ahora detallo este punto.
En noviembre de 2006 el congreso anual de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria denunció el riesgo que la industria farmacéutica patentara nuevas enfermedades para vender más medicamentos. La gran mayoría de los síndromes psicológicos por aquel entonces descritos resultaban procesos naturales que la industria farmacéutica había convertido en patologías con el fin de colocar nuevos fármacos cuya utilidad parecía, al menos, dudosa. El doctor Pablo Alonso, médico del Centro Cochrane Iberoamericano, señaló que así lo hacían algunas multinacionales farmacéuticas. Alonso afirmaba que con ello se lograba crear en los pacientes la falsa expectativa de una salud perfecta sin esfuerzos sintiéndose situaciones propias de la vida como síndromes a tratar con fármacos. Así al cansancio se le había llamado fatiga crónica; a la pereza de ir a trabajar, síndrome vacacional; a la timidez, inhibición social y al alumno inquieto y desatento, hiperactivo.
Según Alonso y otros científicos como Jörg Blench y Ray Moynihan, todas aquellas situaciones eran sensaciones que con esfuerzo se superaban, pero que los placebos de las farmacéuticas hacían que no se afrontasen y que se cayera en la debilidad psicológica y la falta de esfuerzo ante cualquier frustración de la vida. Jörg Blench en su libro Cómo nos Convierten en Pacientes sacó a la luz el hecho que ciertas farmacéuticas y grupos de médicos patentaban nuevas enfermedades para crear un negocio con los fármacos que las trataban. También Ray Moynihan, científico australiano, pensaba igual y añadía que se deberían deshacer los intereses económicos que existían entre médicos y farmacéuticas.
Llegados a ese punto sobre la hiperactividad, háganse la siguiente pregunta, si no existen análisis clínicos para demostrar materialmente la hiperactividad, ¿cómo sí se trata con medicinas sin conocer su causa neuroquímica? El diagnóstico de hiperactividad resulta algo muy ambiguo que podría representar una simple excusa para justificar la inconstancia en los deberes y el pago por tratamientos farmacológicos. Antes, de este tipo de alumnos se decía que les costaba trabajo estar atentos pero que debían esforzarse, ahora se afirma que son enfermos y que deben ser los educadores quienes se esfuercen para que los afectados no trabajen tanto. Tal perspectiva hace que se trate a los hiperactivos como incapacitados, algo nada estimulante para un escolar.
En la experiencia de muchos docentes se hallan muchos alumnos con TDAH que una vez diagnosticados su rendimiento cayó en picado. Piense en lo siguiente, si al presunto hiperactivo se le decía y repetía que padecía un TDAH, el chaval se creía incapacitado y acababa por desarrollar otra anomalía, un QTTT, es decir, que trabaje tu tía. Quizás ese nuevo trastorno, el QTTT, fue el origen de la palabra que mejor los describía, qatear. En fin, que sin quererlo habíamos hecho fracasar al alumno. Entonces, y bajo su nuevo QTTT se había convertido en un alumno cateto sin que él fuera culpable de su inapetencia estudiantil.
- ¿Saben que Oriol ha faltado dos días de clase falsificando los justificantes de ausencia? – inquirió el anterior profesor a aquellos padres.
- Sí, pero creemos que es algo comprensible – respondió el padre con aplomo y educación.
- ¿Comprensible? Podría explicarse por favor.
- Oriol nos ha contado que la mayoría de profesores le acosan verbalmente y eso le afecta mucho. Por eso se ausenta del colegio.
- ¿Saben entonces que Oriol no pega ni golpe?, ¿que se pasa las clases riendo, provocando a los docentes y que por eso éstos le exigen, que no acosan?
- Dada su hiperactividad todo eso es normal. Ustedes deberían tenerlo en cuenta. Su ritmo de trabajo es inferior al de los demás.
- ¿Inferior? ¡Pero si es nulo!
Conversación simplemente cierta. En fin, que el problema de aquellos padres fue que se creían en demasía la hiperactividad como una enfermedad que incapacitaba a su hijo, y no como algo quizá adquirido. Cabe indicar aquí que a tenor de los últimos avances en neurobiología pudiera ocurrir que la hiperactividad fuera una situación normal a superar solo con esfuerzo y hábitos familiares férreos, no con fármacos relajantes. Investigaciones recientes han demostrado que en el aprendizaje la motivación influye más que la capacidad innata del individuo, es decir que el entorno puede más que la genética. Si la hiperactividad hunde sus raíces en causas somáticas internas y lo adquirido pesa más que lo innato, malos hábitos la pueden desatar y por el contrario, los buenos la pueden desactivar. Muchos educadores saben que una educación motivadora y con retos, llamada estudio esforzado, crea chicos brillantes con gran independencia del genoma heredado. Estudios de neurociencia también afirman que el ambiente afecta más que la genética en el talento de los estudiantes. Un estudio efectuado durante más de siete años sobre unos 2000 niños, afirma que el entorno social y cultural ostenta mayor influencia que la genética en sus CI o coeficientes de inteligencia. El estudio se realizó sobre una población estudiantil afroamericana en seis barriadas distintas en la ciudad de Chicago. Los resultados descubrieron notables y pertinaces descensos en la destreza verbal de los chicos ubicados en los barrios más desfavorecidos. Para más información puede consultar por Internet, Proceedings of the National Academy of Sciences USA del 19 de diciembre de 2007. Añadamos a lo anterior que familias en donde se practica el estudio esforzado crean alumnos sin problemas educativos y sin hábitos hiperactivos. Estos padres supereducadores, perfil que se describirá al final del libro, realizan prodigios con sus hijos gracias a una gran dedicación y a un buen ideario moral. La genética está allí, pero no para creernos dirigidos por ella, sino para moldearla. En el año 2006 la Cambridge University Press publicó The Cambridge Handbook of Expertise and Expert Performance donde K. Anders Ericsson, Paul J. Feltovich, Robert R. Hoffman y Neil Charness compilaban una serie de artículos y observaciones que demostraban algo paradójico, que los expertos no nacían, se hacían, es decir que los buenos hábitos pueden despertar los buenos genes, las capacidades innatas. Otra vez aquí, la educación que motiva y pone retos a los hijos, estudio esforzado, crea chicos brillantes, hasta niños prodigio. Ejemplos de ello fueron Mozart en la música, Tiger Woods en el golf y Judit Pólgár en el ajedrez. Todos ellos recibieron una educación muy temprana destinada a dominar cierta especialidad. Ello nos vuelve a indicar que una educación bien dirigida potencia las capacidades innatas y reprime hiperactividades y demás chacras. La idea que los niños brillantes no nacen, se hacen, choca con nuestra concepción determinista del tan de moda genoma humano. Bajo el prisma de este, todo parece contenido en los genes pero es la cultura quien amasa el barro de nuestras capacidades innatas. Heredamos potenciales gracias a nuestros cromosomas pero bajo un buen influjo los buenos llegan a fructificar, en caso contrario jamás se aprovechan. Incluso a tenor de los últimos descubrimientos en neurobiología, los superdotados surgen más del influjo familiar que no del genoma heredado, todo lo contrario de lo que creen los padres agazapados al diagnóstico de un TDAH. En marzo de 2007 la investigadora del Centro de Regulación Genómica de Barcelona, Mara Dierssen, declaraba que los modernos estudios de neurociencia indicaban que el ambiente influía más que la genética en el talento musical. Podía existir una predisposición genética, pero cuando se estudiaban casos de gemelos univitelinos que se habían criado en entornos diferentes, uno musical y el otro no, se comprobaba que lo más influyente era el ambiente. Algo parecido sucedía con los idiomas. Es decir, la genética estaba siempre en un segundo plano con respecto a los hábitos.
El ajedrecista Philip E. Ross, en el número de setiembre de 2006 del Scientific American, escribía que las pruebas de que disponía la psicología indicaban que los expertos no nacían, se hacían. Más todavía: la probada posibilidad de convertir rápidamente un niño en un experto – en música, en ajedrez y en otros muchos campos – planteaba un claro reto al sistema educativo. ¿Sería posible hallar la forma de incitar a los escolares al estudio esforzado que mejoraría su destreza lingüística y aritmética? [...] En lugar de estar perpetuamente preguntándose ¿por qué no sabía leer el niño?, tal vez hubiera llegado el momento de decirse ¿por qué había de haber algo que no pudiera aprender?”.
La opinión anterior halló un respaldo definitivo en invierno de 2008 cuando el neurobiólogo Douglas Fields demostró que el cerebro humano adquiría mayor potencial de aprendizaje si desde pequeño se le estimulaba. De hecho, y desde el año 2005 existían trabajos de este autor en ese sentido. Durante mucho tiempo se había considerado que la sustancia blanca cerebral era menos útil que la gris, de ahí la falsa expresión que los humanos sólo utilizábamos una parte de todo nuestro potencial encefálico. Ahora, y como verán, lo utilizamos todo. La sustancia gris del cerebro corresponde a cuerpos neuronales mientras que la blanca son axones recubiertos de mielina. Pues bien, cuando nacemos nuestras células cerebrales se hallan poco mielinizadas. El ritmo y crecimiento de esta sustancia alrededor de los axones influyen en el aprendizaje y la inteligencia. Lo más curioso del caso es que el recubrimiento de mielina es mayor en individuos que desde pequeños fueron estimulados y educados bajo el esfuerzo. Los estudios llevados a cabo por el equipo del doctor Vincent J. Schmithorst del Hospital Infantil de Cincinnati hallaron una correlación directa entre el desarrollo de la sustancia blanca cerebral y el cociente intelectual de los niños estudiados. Otras investigaciones ponen de manifiesto que los niños desatendidos por sus familias poseen un 17 % menos de sustancia blanca en el cuerpo calloso que los bien atendidos. En resumen, que la experiencia influye en la mielinización, y esta en la inteligencia del individuo. Si queremos que un zagal alcance un nivel elevado de inteligencia, debe empezar a ejercitarla a una edad temprana. El doctor Douglas Fields escribía lo siguiente en el número de abril de 2008 del Scientific American, “el cerebro que poseemos hoy lo construimos al interaccionar con el entorno mientras crecemos y nuestras conexiones neuronales comienzan a mielinizarse”. Se insiste por tanto que la motivación cuenta más que la capacidad innata.
En resumidas cuentas, y aportadas todas las informaciones anteriores, se debe afirmar que la inteligencia y la concentración se posee si se trabaja su predisposición, como también se adquiere la hiperactividad si un mal hábito lo despierta. El TDAH resulta pues un potencial despertado por unas costumbres erróneas que en breve detallaremos, pero jamás un destino determinado por nuestros genes. Por tanto, para reconducir una hiperactividad por buen camino habrá que evitar tales males prácticas potenciando sus contrarias. Lo curioso del caso, y una vez diagnosticada la hiperactividad, es que hay dos opciones para comunicarla a los padres. La primera, como un mal hábito que la provocó, por tanto la solución debería ser corregir el mal hábito. La segunda, afirmar que el lechón padece una enfermedad, un TDAH, y recetar fármacos al respecto. Si el estudio esforzado demostró su efectividad para despertar inteligencias innatas, ¿por qué no probar lo mismo para resolver la hiperactividad? Ya vimos que con la reforma la cultura del esfuerzo cayó en picado, ¿y si por culpa de eso, más unos malos hábitos, se daba tanta hiperactividad? Veamos las malas costumbres que causan un TDAH.
El primer dato nos lo ofrecieron unos estudios médicos en octubre de 2007 presentados en Barcelona durante un congreso de medicina sobre el sueño. Según estos, el 15 % de los niños llamados hiperactivos, en realidad padecían trastornos de sueño. Así lo indicaban los especialistas Gonzalo Pin del Hospital Quirón de Valencia, y Milagros Merino del Hospital La Paz de Madrid. El pequeño que dormía mal, al día siguiente mostraba conducta irritable, pérdida de concentración y disminución del rendimiento escolar. Por esos signos, se le clasificaba como hiperactivo al ser síntomas del TDAH. Sólo con cambiar sus pautas de sueño se corregía la hiperactividad. Estos malos hábitos se adquirían durante los primeros años de vida. Los médicos afirman que a partir de los siete meses se debe enseñar a dormir bien a los lechones. Rutinas de horario fijas, dietas suaves y sin azúcares excesivos en la cena, actividades relajantes al anochecer, obligación de dormir solos y una habitación tranquila, son las recomendaciones más comunes que se dan para evitar el trastorno del sueño y con él, posibles hiperactividades futuras. En fin, que malos hábitos y no una enfermedad, causan el 15 % de los TDAH diagnosticados.
El segundo mal hábito provino de un estudio sobre alimentación. En setiembre de 2007 la Autoridad Europea de Seguridad, EFSA en sus siglas en inglés, dijo que analizaría si algunos aditivos y colorantes usados en dulces y refrescos azucarados podían inducir al TDAH. Trabajos en la Universidad de Southampton así lo parecen indicar. Los autores de dichos trabajos relacionan la hiperactividad con predisposiciones genéticas y malos hábitos educacionales. El estudio publicado en la revista The Lancet, constataba que los niños que habían consumido hidratos de carbono con ciertos aditivos mostraban comportamientos bulliciosos y pérdida de concentración algo superiores a los que no lo hacían. Deberíamos recordar que un exceso de calorías de fácil asimilación como son los azúcares, incentiva esa ligera subida del bullicio en un grupo de alumnos. Por otro lado, en los consejos dados para evitar el trastorno de sueño anteriormente, quedaba claro que una dieta con exceso de hidratos de carbono activa de noche al escolar y no le permite dormir plácidamente, algo que puede desatar el TDAH.
El tercer dato es la ausencia de la cultura del esfuerzo. En esto hay testimonios muy reveladores, los propios escolares diagnosticados de hiperactividad. La mayoría de ellos reconocen que aprovechan la supuesta enfermedad como excusa para hacer lo que les da la gana, es decir, no estudiar. Sirva la siguiente redacción de un escolar de 14 años con TDAH y los hechos hablan por si mismos. Las faltas de ortografía y sintaxis fueron, por dignidad, corregidas.
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Claro está que el alumno sufría de una falta de hábitos en el esfuerzo y no de una enfermedad llamada TDAH, una patología que había sido diagnosticada por varios especialistas en primaria y tratada con toda clase de fármacos durante secundaria. Si a ello sumamos el error de explicar al alumno que padece una enfermedad, algo no cierto, y que por ello se le rebajan los contenidos, el adolescente se acostumbra a trabajar menos y a caer en un pozo de inactividad. En fin, que se debió pensar que la hiperactividad no era una mancha de serie imborrable, sino simplemente algo que unas malas rutinas despertaron del letargo interno. Huya por tanto de los docentes que le aconsejen explicarle al escolar que padece de TDAH y que para ello se le reducirá el grado de exigencia escolar. Eso equivale a estafarle con una educación descafeinada.
Un cuarto factor causante de la hiperactividad es la falta de pautas en orden y disciplina. La relación entre educadores que no castigan al infante más una ausencia de rutinas en comidas y sueño hallan a menudo relación con muchos casos de TDAH. Sin orden ni disciplina aumenta la impulsividad del rapaz. Esta hipótesis se volvió profecía cuando se presentó una tesis doctoral al respecto. Un estudio de la facultad de Psicología de la URV, Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, demuestró que la impulsividad adquirida de los adolescentes está implicada en el TDAH, es decir, que cualquier entorno que promueva tal ausencia de control, anima a la aparición de la hiperactividad. La doctora en Psicología Fàbia Morales así lo indicaba en su tesis doctoral en enero de 2008.
Si ahora se suman todos los malos hábitos anteriores, trastornos del sueño, abuso de azúcares, ausencia de rutinas, ausencia del esfuerzo, ausencia de disciplina y la impulsividad que conlleva, parece obvio que la hiperactividad sea más algo adquirido que una enfermedad a tratar con psicotrópicos. Por tanto, para evitarla y corregirla se debe aplicar lo contrario a su causa, sus antídotos: pautas correctas para el sueño, baja ingestión de glúcidos, rutinas diarias en comidas, momentos lúdicos y horas de estudio, cultura del esfuerzo y disciplina para reducir con todo ello la impulsividad. En otro caso, y si un educador le insiste que hay que priorizar los fármacos a los hábitos correctores, le está haciendo un flaco favor a su hijo al tratar la hiperactividad como una enfermedad paralizante y no como una situación a superar. Sería como si alguien olvidadizo por no utilizar la agenda se le recetaran pastillas.
- ¿Que padezco doctor?
- Síndrome del despiste.
- ¿Y eso es grave?
- No, sólo un mal hábito.
- ¿Y cómo se cura?
- Primero dejando de creer que usted es un enfermo.
- ¿Y segundo?
- Pues luego dejando de venir a mi consulta para que los dos no perdamos más el tiempo, ¿qué tal un poco de voluntad, un buen uso de la agenda y más esfuerzo por su parte?
Pero otro mal facultativo optaría por otra treta:
- ¿Que padezco doctor?
- Un trastorno de la memoria con despiste agudo.
- ¿Y eso es grave?
- Se puede tratar.
- ¿Y cómo se cura?
- Pues con estas pastillas de glucosa con cafeína – algo que todos los estudiantes siempre utilizaron para mejorar su memoria -, y con esta agenda de regalo. Úsela a menudo y ya verá.
Convertir a un alumno o a alguien en un enfermo significaba transmutarlo en un inválido intelectual, alguien que luego es incapaz de superar con su propio esfuerzo el mal hábito adquirido y que espera que los fármacos le resuelvan el problema. La hiperactividad se halla en esa categoría. Recuérdese que una enfermedad no suele ser una elección, en cambio un hábito sí. Dos horas entre deberes y estudio diarios debieron ser hábitos normales para cultivar todo el potencial de cualquier estudiante. En caso contrario, se están desaprovechando sus capacidades.
En resumidas cuentas, entorno y genética siempre fueron dos partes inherentes de la especie humana difíciles de separar. El límite entre la una y la otra siempre suscitaron miles de debates científicos y filosóficos. Quizás fue nuestra obsesión por clasificar las cosas el error. Jamás existieron en nosotros dos entidades claramente diferenciadas como cultura y biología, simplemente los humanos fuimos las dos cosas a la vez. Nacemos con potenciales que yacen dormidos hasta que nuestros hábitos los activan o los reprimen, pero son nuestras conductas, y no nuestros genes, quienes mandan en ello. Nuestro entorno y cultura afecta nuestras predisposiciones genéticas, cierto, pero depende de nosotros potenciar la inteligencia o reprimir la hiperactividad. El TDAH, o trastorno de la atención por hiperactividad, no es una enfermedad, es un mal hábito inducido. Como tal errónea costumbre adquirida puede resolverse con rutinas y esfuerzo diario, los fármacos puede que ayuden pero sin un cambio de hábitos la cosa irá para largo en el alumno. Todos los datos anteriores así lo parecen indicar. En fin, no se crea esclavo de ningún diagnóstico que influya limitando las posibilidades de su hijo. La hiperactividad no es una lacra, simplemente es algo a tener en cuenta, hasta puede que una mentira.