Comprar el cariño y la conducta de nuestros púberes con regalos y libertades resulta una tentación que algunos educadores llevan al abuso. La culpa no es del todo suya. Vivimos en un matrimonio difícil de divorciar, el capitalismo y su pareja inseparable, el consumismo. Sin uno no existe el otro, y sin el otro no hay el uno. El mundo da muchas vueltas aunque más importante es que sea el dinero y las especulaciones quienes lo hagan. Si usted y otros se vieran obligados a dejar de comprar e invertir, los grandes capitales perderían ganancias, que no beneficios. Ante tal merma unas empresas cerrarían, otras pactarían bajarle el sueldo y la mayoría reducirían su plantilla engrosando las listas del paro. El estado, viendo sus impuestos reducirse al bajar consumo y especulaciones, decidiría pedir créditos a esos capitales poderosos para seguir pagando un bienestar social insostenible pero que prometió a sus electores. Esperando con optimismo años mejores su deuda alcanzaría cotas jamás vistas y tarde o temprano dejaría en ruina al país, una herencia que debería asumir el pueblo pagano de todo aquello. En consecuencia, el gobierno entrante se pondría a hacer recortes sin sancionar a los anteriores culpables de todo aquel desatino de decisiones funestas. Ya se sabe que mejor no condenar a quienes a lo mejor te acusen a ti en un futuro, y menos aún procesar a quienes te pagan la campaña electoral, bancos y financieras. En fin, que a usted le subirán los impuestos, le bajarán los servicios sociales y hasta le pedirán que en caso de trabajar, lo haga más horas y por menos dinero, o lo que es lo mismo, con más IRPF. Así, con países y empresas recortando costes y personal, los inversores guardarán su capital en lugar seguro, paraísos fiscales por ejemplo, y la bolsa perderá valor. Al final, la economía de este sistema se parará y el mundo capitalista, aún dando vueltas, también. Y eso mismo ha sido lo que ha ocurrido hace escasos años. El dinero y las especulaciones fueron como el agua a un ecosistema, cuantas más veces recirculaban, más organismos las aprovechaban, cuantas más veces los valores pasaban de unas manos a otras, más servicios prestaban y más se creía que valían. El problema fue que aquella agua era especulativa, es decir no existía. Muchos de estos valores en realidad no valían nada y durante el 2008 muchos se dieron cuenta de ello. Los financieros, quienes ganaban cien veces más que un simple arquitecto, habían vendido sueños a los inversores con derivados, futuros y otras tentaciones. Pero detrás de todos aquellos productos no había dinero tangible, sólo humo lleno de conjeturas y ganas de obtener divisa fácil sin trabajar. Al menos un ingeniero diseña obras que se construyen, un financiero sólo pesadillas.
Ante esta u otras crisis, uno pudiera decidir ahorrar todos sus duros debajo de una baldosa, pero el sistema ya inventó algo para disuadirlo, la inflación, y si esta fallara, la obligación de pagar, la subida de los impuestos. Haga lo que haga le arrastrarán al gasto, no le quepa la menor duda. En fin, que nuestro sistema nos obliga a consumir o pagar a los grandes capitales, sean estatales o de multinacionales. Aunque quizás no nos guste, nuestra sociedad se fundamenta en eso, en que usted y todos nosotros consumamos cuanto más mejor, y si es sin necesidad o por encima de nuestras posibilidades, más se aplaude.
Muchos docentes opinan que algunas teorías educativas no les permiten construir un mundo mejor desde la enseñanza. De hecho poca gente contrasta estas teorías con datos reales. Para mejorar el sistema educativo son necesarias más demostraciones y menos opiniones. Hay que observar los hechos probados y sistematizarlos. He aquí cartas de prensa, artículos en los medios y capítulos numerados que ofrecen un amplio corolario de datos contrastados para mejorar realmente la enseñanza y la sociedad.
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