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sábado, 8 de marzo de 2014

FRACASO ESCOLAR O FRAKSO POLITICO (22)

El trepa Un primer candidato a denunciar es el docente trepa que vive más preocupado por sus galones que por sus clases. A este personaje le encantan las reuniones, los actos sociales y las figuraciones que alimenten su autoestima pero a costa de su calidad educativa. Puede que un docente así llegue a coordinador de ciclo, a jefe de estudios o hasta a director para delegar su labor a los demás bajo la apariencia de trabajar mucho pero solucionar muy poco. Los alumnos, que de tontos no tienen ni un pelo, en breve lo detectan. Por eso es importante que hable usted con sus hijos sobre el centro. Esas conversaciones le ofrecerán una radiografía aproximada de lo que ocurre allí dentro. Un caso de profesor trepa lo observé en un centro cercano a Tarragona. Allí el jefe de estudios entrante fue derivando sus antiguas obligaciones a los tutores mientras informatizaba cada día más el instituto. Bajo la apariencia de modernidad y eficiencia este trepa iba descargándose de trabajo a costa de otros. Si antes él debía llevar las faltas de los escolares ausentes, la faena fue transferida a los mentores de grupo, si las entrevistas con los padres por exclusión de sus hijos las debía ejecutar él, por arte de magia pasaron a manos de los tutores y así una competencia tras otra. Este tipo de profesores hasta puede que se conviertan en prófugos de la tiza y lleguen a dejar el aula para dedicarse a dar cursos de cómo impartir clases a docentes que sí las saben dar y que no pretenden abandonar la tiza. Docentes acosadores De haberlos, los hay. Su especie, aunque escasa, es la de alguien amargado que utiliza a los alumnos como diana de sus frustraciones. Imagínense a esa persona que lleva años casada por inercia y que ahora todo lo encuentra mal, hasta a su pareja. De hecho, a todo el mundo critica sean compañeros, alumnos, padres o directivos del centro, vaya que no deja títere con cabeza. El cinismo es su creencia y el orgullo su otro gran defecto. Puede que hasta fantasmee de conocer a gente VIP para engrandecer su ego ante los demás, vaya, que la crean una persona importante, pero en el fondo se encuentra mal por no haber realizado todo aquello que deseó en su juventud y que ahora con consorte, hijos e hipoteca ya no puede soñar. Por eso de vez en cuando se pega a los docentes jóvenes entrantes para acercarse a ese sueño del cual ella despertó. Un personaje así crispa a cualquiera y puede dinamitar la autoestima y rendimiento escolar de muchos alumnos. Desconfíe pues del profesor que critica las prácticas de otros o que simplemente no defiende a sus compañeros de claustro. Eso es señal que luego le criticará también a uno. La ficción anterior describe el perfil hipotético de una persona que podría resultar acosadora en clase. Pero, ¿hay muchas? A finales del verano del 2006 se publicó un estudio en donde casi la mitad de los alumnos afirmaban haber sufrido acoso en el colegio. De todos los aquejados, un 4 % acusaba directamente a los docentes por llamarles demasiado la atención en clase y estigmatizarlos. No hay duda alguna que docentes acosadores existen, pero tanto acoso por el mundo no. Si nos remitimos a las encuestas de los organismos oficiales nos daremos cuenta que el fenómeno acoso no es tan frecuente como el estudio anterior pretendía asegurar. De hecho, y por suerte, los docentes acosadores son una ínfima minoría que nada tiene que ver con los acosadores reales. En la encuesta sobre juventud y seguridad en Cataluña del 2001 sólo el 7,5 % de los alumnos confesaba haber sido objeto algunas veces por semana de burlas, mofas e insultos por parte de otros escolares, el 1,5 % de haber recibido golpes o empujones con igual asiduidad, y el 0,4 % haberse visto amenazados con tal frecuencia. En total eso sumaba un 9,4 % de acoso real perpetrado por estudiantes y no por educadores, algo que no casa con el informe del 2006 en donde se hablaba de más de un 40 % de acoso total, ¿qué ocurre entonces aquí? ¿Tanto cambiaron las cosas en cinco años? Más bien parece que quienes diseñaron la encuesta del 2006 pretendían unos resultados impactantes y perseguían titulares periodísticos. A menudo, cuando a los humanos se nos da la oportunidad de quejarnos nos ensañamos con lo que nos ponen en bandeja. Una encuesta parcial en donde se pregunte si uno se ha sentido acosado alguna vez en la vida eleva en gran medida el número de maltratados de las estadísticas, ¿y quien no se ha sentido acosado en alguna ocasión? Una cosa es sentir y lo otro es serlo realmente. Si la pregunta es si te has sentido, los docentes pueden también llenar el saco de acosadores. Añadamos a todo esto que cuando aparece una palabra nueva para describir una dolencia, bullying por ejemplo, gran parte de la sociedad se transmuta en hipocondríaca y dice que la padeció, padece o padecerá en algún momento. No se vuelva hipocondríaco pensando que sus hijos padecen las palabras de moda como bullying u otras que los medios sacan en prensa. Sea objetivo y crítico con todas estas informaciones. ¿Profesores responsables de acoso? Una realidad pero mejor no se exageren en demasía. El racista El perfil racista también existe entre los profesores, aunque para ello existe una prevención, viajar, y el colectivo de docentes es uno de los sectores sociales que más lo hace y que menos racista resulta, y es que viajando se disuelven los nacionalismos y se alejan los fanatismos. Practicar la inmersión en culturas alejadas enriquece las capacidades de uno mismo. Saber costumbres o parte de su lengua abre al docente las puertas de la complicidad del alumno inmigrante y hasta reduce el riesgo de ser acusado de racista. Por tanto, pondere si en su centro los educadores son personajes viajados, garantía de mentes abiertas y amplias con bajo riesgo de racismo en sus prejuicios. El víctima Escribía el profesor Joan Frigola para El Periódico: << La agresividad, sea latente o explícita; verbal, emocional o física; de baja o alta intensidad, se está instalando en el sistema educativo [...] y lo que molesta a la Administración no es que haya conflictos (ella es especialista en crearlos), sino que se aireen>> Y eso es lo que ocurre, que a menudo los dirigentes quitan importancia al asunto. A finales del 2006 la Conselleria d’Educació de la Generalitat de Catalunya hizo público un comunicado en que tras calificar los ataques que reciben los profesores como un hecho muy grave, sólo se trataba de casos aislados que no eran generalizables a todo el sistema educativo. El propio conseller de entonces, Joan Manuel del Pozo, sugirió que para evitar mayor algarabía “no se creara más alarma de la que realmente estuviera justificada”. Pero de hecho, estas opiniones no casaron con los estudios que ellos mismos ordenaron. En la encuesta sobre juventud y seguridad en Cataluña del 2001, el 20,8 % de los alumnos reconocía haber gritado a sus profesores, el 12 % haberles insultado y el 1,2 % haberles agredido físicamente. Es decir, que las provocaciones por parte de los escolares hacia los docentes son pan de cada día en el aula. Puesto que las palabras orden, autoridad y disciplina causan frecuentemente miedo en la legislación educativa, cabe preguntarse que puede hacer el educador frente a estas situaciones. Por desgracia muchos profesores caen en el error y en la provocación quedando desautorizados en clase. En noviembre de 2006, y ante un gran cúmulo de quejas por parte de maestros y profesores, el Fiscal Jefe del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, José María Mena, ordenó a los fiscales que endurecieran la protección penal de los educadores tipificando como atentado las agresiones a los profesionales de la enseñanza al realizar éstos una función de interés social como es la educación. Tal delito conlleva penas de dos a cuatro años de cárcel, algo que según las asociaciones de Jueces de Cataluña fue calificado de forzado, cuestionable y de difícil aplicación, más bien debía considerarse como un mensaje de llamada de atención, un aviso a los posibles agresores. Independientemente de todas estas medidas forzadas está claro que lo más hábil en un docente son las actuaciones preventivas evitando caer en la provocación. Mostrar un enfado excesivo y ponerse histérico ante un adolescente es un error, él logra su objetivo, crispar, y el adulto pierde el suyo, educar. Ante el desafío, y esto también sirve para los padres, hay que agarrar ese lance y devolvérselo sin ira alguna, hay que desconcertar al púber, hay que mostrarse como una pared que no pincha, una pared donde rebotan los agravios, un muro que le marca sus límites y en donde el silencio debe tronar. En otro caso, y si no se controla al provocador de clase, se pierde el control del grupo, su respeto y la posibilidad de impartir conocimientos a los demás. En fin, que se acabó la clase. Ante el despropósito de un alumno lo fácil es expulsarlo del aula, pero lo difícil es jugar su juego sin ira y sin mostrarse herido. Si él ve que sacó de sus casillas al profesor una vez, lo hará cientos. Mejor esquivar esa primera y habrá menos en el futuro. Ese tipo de docentes demuestran un gran sentido común generalmente asociado a una amplia experiencia que les permite evitar algo que frecuentemente sucede, gritar. Por otro lado, si se abuchea y presiona en exceso a un alumno puede que algunos padres no lo encajen bien y vayan al colegio a exigir explicaciones. Hoy ya no funciona la antigua terapia de castigar en el colegio esperando otra sanción paterna si el escolar se quejaba en casa. Valore por tanto a aquellos educadores que sin la bronca controlan al grupo. Si su presión se hace evidente en la opinión de sus hijos significa que su preocupación es alta, en caso contrario pasan de todo. Piense que los centros de enseñanza reciben denuncias de lo más inverosímil. Recuerdo el caso de unos padres que tramitaron una querella contra un profesor por maltratar a su hijo psicológicamente por llamarle la atención con un grito. U otro caso en donde el profesor confiscó temporalmente un móvil de un alumno por utilizarlo en clase. En esa ocasión el docente casi fue denunciado por apropiación indebida. Y si quiere otro ejemplo más kafkiano el de un maestro que quiso registrar la mochila de un escolar bajo la sospecha que escondía un hurto. La familia del chaval averiguó que podía denunciar al profesor por violación de la propiedad. Si antes se decía que la letra con sangre entra, ahora es el docente quien recibe letras y sangre con denuncias potenciales. Años atrás era el maestro quien intentaba persuadir al escolar diciéndole que avisaría a sus padres, ahora es al revés, es el alumno quien amenaza al educador con sus progenitores. Querer mantener la rectitud de forma contundente sobre los alumnos ya no parece aconsejable, por tanto si sus hijos le cuentan que tal profesor es respetado sin proferir ni gritos ni histerismo, algo muy bueno tiene éste. Pero si por otro lado uno ve bien que a la mínima unos padres pidan explicaciones y tramiten una denuncia que dirección e inspección secunden expedientando a un docente, piense que eso conllevará que el alumno se crea el rey del mambo y un manipulador de adultos. Ahora, más que nunca, el provocador se adueñará del aula y muchos educadores caerán ante sus provocaciones. En definitiva, ante las provocaciones mejor ser pared que no pincha que barricada con alambres. Un proverbio chino ora que cuando el vendaval ruge el árbol se quiebra pero el junco sobrevive. Veamos ahora un ejemplo sin dar caña de ser caña: - Ei, profe Peláez – gritó un alumno en clase de tecnología -, ¿para que sirve mi poll*? - Con ese lenguaje – sonriendo el docente – y sin delicadez por tu parte, para algo que las chicas dejarán que te hagas tú solo- el grupo se ríe y el provocador también. - ¿Sabes? Creo que me estás rallando, tío – levantándose del pupitre. - Lo siento, ¿pero crees realmente que yo soy tu tío o tú un DVD? Por favor, siéntate y déjame dar clase a los demás. - Ala tío, como te pasas – contestó con cierta simpatía el alumno. - Y ahora, por favor ¿me dejas dar la clase? – nadie más intervino y el provocador se sentó – Pues prosigamos. El caso anterior, real en sus palabras, muestra en cierto modo que una vez robado con simpatía el protagonismo del provocador, éste suele ceder en su intención, he dicho suele. A menudo no ocurre así y nadie da con una solución pacífica que integre al provocador dentro del colegio. La política actual dice que el centro debe reinsertar a estos adolescentes en la sociedad, algo fácil de derivar pero difícil de asumir. Los docentes no son psicólogos y tampoco asistentes sociales. A pesar de ello se espera que resuelvan el percal. La desgracia llega cuando el alumno anómalo perpetra el insulto, la amenaza y la agresión al profesor. Bajo tal presión poco puede hacer el docente. Dirá algún experto que hay que aplicar la teoría de moda, la resolución de conflictos a través de un buen conocimiento de educación emocional bajo un mediador, pero esa terapia resulta a menudo un pacto de buenas intenciones sin que nadie sepa como llevar la gesta a la práctica. Cuando un adolescente propina una patada a un profesor afecta a todo el resto. Si el tutor no puede solucionar la violencia de un solo individuo, tampoco podrá atender a la mayoría, es decir, si un único alumno centra la atención del docente poco asistirá a los demás. Cabe preguntarse ahora si esto es integrar o dejar de lado a todo el grupo. Como antes se ha mencionado, ahora está de moda la educación emocional. Los especialistas no paran de hablar de ella y las instituciones organizan cursos al respecto. Ya dijimos que se propuso quitar una hora de clase normal a cambio de una de educación emocional. El hecho es que la educación emocional se muestra, entre otras cosas, como la piedra filosofal para neutralizar a los alumnos provocadores. Y, ¿qué postula la educación emocional para resolver el problema? Pues aconseja que en el aula se motive al alumno, que se practique la empatía con él, que se comprenda su sensibilidad, que se le enseñe a controlar sus emociones, que se eleve su autoestima y finalmente que se promueva su interacción con los demás. Todo lo anterior siempre se ha sabido y aplicado pero con mayor disciplina y unidad educativa entre centros y familias. En cierta forma parece como si alguien hubiera descubierto esto sólo para ponerle un nombre, el de educación emocional, y ahora venderlo como una solución. Algo que está claro por el momento es que el docente que cae en la provocación pierde la partida sin hallar solución alguna al asunto. En noviembre del 2006 llegó otra solución para tratar los casos de alumnos provocadores. Auxiliadora Javaloyes, directora del Area de Hospitalización del Adolescente de la Clínica Mediterránea de Neurociencias (CMN), propuso que ante el primer síntoma que indique que estamos frente a un menor violento, hay que pedir ayuda al médico. Siempre se ha dicho que es mejor prevenir que curar aunque en caso de adolescentes díscolos se llegó tarde. La mayoría de estos alumnos violentos se originó durante los primeros pasos educativos. Si se fue demasiado permisivo con el infante se le animó a desarrollar sus exigencias por encima de sus adultos. Al llegar a la adolescencia con dieciséis años de rebeldía y metro ochenta de altura, no hay quien lo pare, ni el doctor House. No obstante hay una solución, y no la médica, que los profesores que no caen ante la provocación llegan, con el tiempo, a ganarse a los escolares. Esta situación lleva sus semanas pero al final genera que unos púberes confíen en su educador y en sus consejos. Otras medidas como ir al médico o asistir a cursos de educación emocional puede que ayuden pero parecen más pastillas balsámicas que auténticas soluciones ante la pulmonía del provocador. Muchos teóricos insisten que con un mayor número de cursos, control burocrático y libertad de elección escolar de las materias, los alumnos díscolos desaparecerían pero la calidad escolar no reside ni en el control burocrático ni en la libre elección, y ni mucho menos en crear superprofesores a golpe de más y más cursos, la calidad educativa se logra desde la más temprana infancia con rutinas de estudio, concentración y esfuerzo. Cuando esto no se cumple llegan a Secundaria los díscolos irreductibles.

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