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lunes, 23 de mayo de 2016

FRACASO ESCOLAR (4). Escuela de clientes

Hay centros que sufren por mantener un número suficiente de alumnos, sobretodo entre algunos privados. La realidad es obvia, sin alumnos el negocio entra en bancarrota. No es de extrañar que la directiva intente alegrar en lo posible a los clientes, los padres, a través de sus lechones, los escolares. Optar por un enfrentamiento continuo con los progenitores puede conllevar aulas vacías y un buen número de maestros en la cola del paro. La mejor alternativa, y la más realista, es intentar equilibrar las demandas familiares con el ideario de enseñar y así procurar que los alumnos aprendan todo lo posible pero sin provocar la ira de los clientes. Pero lo anterior no suele suceder y cada día se da con más frecuencia el exceso de proteccionismo y clientelismo hacia los padres en los centros de enseñanza, una situación que en nada favorece el éxito académico real de nuestros estudiantes. Sirva de ejemplo de clientelismo la siguiente situación. Según estudios oficiales del 2004 el ochenta por ciento de los colegios no daban una comida equilibrada. La causa era que claudicaban ante los padres y alumnos que no aplaudían los menús recomendados. Así que las verduras y carnes eran sustituidas rápidamente por patatas fritas, croquetas y otros harinados. La verdura quedó para el perro del vecino, aunque éste jamás fuera herbívoro. En fin, no se queje del menú del colegio si hay demasiadas verduras, carne o fruta que a su hijo no le gustan. Sí hágalo, y junto con más padres, cuando esa alimentación abuse de fritos, rebozados y pastelitos. Recuerde esa dieta mediterránea que los Estados Unidos están plagiando a los españoles para evitar sus elevados índices de obesidad infantil y juvenil. Otro caso de clientelismo son el exceso de actividades lúdicas, que no lectivas, en muchos centros educativos. Si estas intromisiones son reiteradas rompen el ritmo de trabajo de los alumnos durante el trimestre y provocan su desorientación. Imaginemos que cada curso se halla plagado de semanas blancas, festivales juveniles, carnavales, excursiones extraordinarias, sesiones de cine, audiciones de música, castañadas, días del libro, pesebres vivientes, concursos de dibujo, manifestaciones por la paz, certámenes de teatro e incluso el propio crédito de síntesis cuando se imparte como unas colonias veraniegas. En el caso anterior, y si todo es vivido como un gran festejo en detrimento de matemáticas o lengua, se resta excelencia al centro. En fin, que el abuso es contraproducente ante un uso racional conveniente. Aún así son muchos los colegios que durante todo el curso organizan multitud de actividades lúdicas para alegrar a los alumnos y así dejar contentos a los padres. Si el escolar vive con felicidad el tiempo en el centro, muchos padres perciben que el colegio va bien, pero si lo que la familia recibe son quejas y más quejas de su lechón por los deberes y la disciplina, algunos padres acaban hartos y acuden al centro para presionar. En fin, que resulta infinitamente mejor una escuela por proyectos que una clase de cálculo extra. En este sentido cabe mencionar lo que ocurría en 2016 con una famosa orden religiosa en Barcelona. Ésta se organizaba bajo la lúdica escuela por proyectos, aunque ello sólo lo hacía en los barrios humildes. En los más acomodados no se atrevía ya que probablemente unos padres más cultivados y críticos no verían con buenos ojos que su hijo se divirtiera tanto aprendiendo tan poco. Cabe insistir que en algunos centros, y debido al exceso de actividades lúdicas, se llegan a perder entre un veinte y un treinta por ciento de las horas lectivas. Una obra de teatro en donde su lechón sale tres segundos disfrazado de angelito consume probablemente la cuarta parte de clases de lengua de ese trimestre. Si realmente quiere un hijo feliz ahora, pero infeliz a la largo plazo, y falto de capacidades en su futuro adulto, un colegio así le conviene, pero si opta por un buen nivel académico será necesario sacrificar algunos de estos divertimundos escolares para que el centro no parezca un Terra Mítica, un Port Aventura o un Disney World. Una nación de pan y toros sólo distrae el estómago y la vista, pero no llena su futuro de buenas personas, de competentes profesionales y de humanos felices, y conste que la felicidad, como decían Platón y Ghandi, la da el esfuerzo y no la facilidad en alcanzar las cosas. Ante un deseo uno se pone a trabajar para alcanzarlo, mientras lo intenta, lo vive con ilusión, y cuando lo consigue aparece la felicidad. En el caso que el objetivo no se cumpla, se refuerza el psique para superar mejor las futuras y seguras frustraciones de la vida, algo que evita caer en infelicidades mayores. La felicidad no debe ser el único objetivo, lo debe ser más reducir la infelicidad. En fin, aplauda más al colegio que exige que el de fiestas y festejos a pesar de las opiniones de algunos teóricos que no pisan las aulas. Sirva el caso del catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, Mariano Fernández Enguita. Éste defendía que el fracaso escolar era culpa de los docentes al explicar cosas aburridas. Paradójicamente Fernández estaba de acuerdo en crear centros exigentes, algo que no suele divertir a los alumnos. Otro ejemplo de circos que intentan complacer a los clientes es el consejo escolar, un organismo que tiene su fuerza en los centros públicos pero que en los privados suele significar una pantomima dirigida a los padres. En los colegios concertados el consejo escolar no suele mandar más que la dirección del centro. Esto no es ningún mal, las escuelas privadas son empresas y como tales así se rigen. Entonces, ¿qué razón hay para perder toda una mañana en elegir a los representantes de los alumnos y de los docentes en el consejo escolar?, ¿no será ésta otra actividad lúdica a sumar al treinta por ciento de horas sin clase? No les extrañe pues que los maestros se lo miren sin ilusión y con el deseo de no ser elegidos.

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