Madre,
te espero con San Pedro
Por
David Rabadà i Vives
Desperté
al notar un metal frío en mi frente. Llorando, allí estaba mi madre apuntándome
con un revólver. Yo yacía sólido y rígido en mi catre, en mi venidero sarcófago
fúnebre. Medio en trance no comprendí aquel gesto de quien me parió. Ella
siempre se había mostrado algo autoritaria, pero la presente acción denotaba
algo exagerado, quizás hasta enfermizo, pero nada más lejos de mi percepción.
En su mano izquierda, la que no apretaba el revólver, me mostró el periódico de
aquel día. Lo dejó caer encima de mi pecho y lanzó sólo una leve frase, “que
por qué”. Somnoliento y titubeando ante el plomo venidero hacia mi
encéfalo, pregunté yo también que, “por qué, qué”, y su mirada se mostró
todavía más exagerada, más hostil, más histriónica. Entonces recordé mi
artículo preparado para aquel día. Mi redactor jefe me había encargado una
columna breve sobre el origen de las vecinas fiestas. Claro está, yo soy hombre
de razones y datos que evita nepotismos y favores familiares. Así que no tuve
en cuenta los intereses y creencias de mi madre en aquella inocente columna. En
fin, que apretó el gatillo.
Ya
con San Pedro, el buen hombre me aclaró los conceptos, que cómo había explicado
que la Navidad era una invención humana, que como escribí que Jesús no era
divino, que cómo no vi que mi madre era ultracatólica del Palmar de Troya. Y
así me tuvo unas horas para explicarme los pecados en qué incurrí, a lo que
rápidamente vi su engaño.
-
Oye Pedro, si tan pecador con la Navidad
he sido ¿qué coño hago en el cielo?
.png)
No hay comentarios:
Publicar un comentario