Con todo el análisis anterior, y aparte del 15 por ciento
de alumnos con disfunciones cognitivas, podemos definir el patrón educativo no
innato que más fracaso académico engendra. Fracasar en la ESO se da cuando los
educadores dedican poco tiempo de calidad hacia sus hijos, es decir, cuando
padres o tutores no saben o no quieren preocuparse por la enseñanza de sus
hijos. Si a ello añadimos demasiada libertad
de movimiento con la televisión, Internet, amistades o paseos fuera de casa se
da con la guinda del asunto. Por tanto, y a nivel familiar, la principal
causa de desastre escolar es el ausentismo de los padres. Un escaso tiempo
dedicado a los hijos sin compartir juegos y
deberes aumenta claramente el riesgo que éstos repitan curso, que no terminen
la ESO con éxito y que sus capacidades lingüísticas sean limitadas.
-
Yo, señor Riduestre, no puedo pelearme a diario con mi hijo – aseguraba una madre -. Apenas lo veo unas pocas horas al día y
prefiero verle feliz durante ese rato conmigo. Por eso le alquilo videojuegos
cada noche y no le obligo demasiado a estudiar.
Ya se argumentó que esto halla una clara
correlación con estudios neurobiológicos. El equipo del doctor Vincent J.
Schmithorst del Hospital Infantil de Cincinnati describió la relación entre el
desarrollo de la sustancia cerebral blanca, y responsable del aprendizaje
humano, con el cociente intelectual de muchos niños. Repitamos aquí que en
chavales desatendidos por sus familias su sustancia blanca era un 17 por ciento
menor que la de los bien atendidos, y a menos mienelina menos capacidad de
aprendizaje, de hábitos de estudio, de esfuerzo y más fracaso escolar. Veamos ahora algunos ejemplos
de padres que desatienden a sus hijos total o parcialmente.
-
Ya me dijeron un día que mi hijo
sufría de hiperactividad, ¿sabe? Y aunque yo jamás le castigo durante el poco
tiempo que estoy en casa, eso que haga campanas, falsifique mi firma en las
notas y suspenda el curso, es algo previsible dada su hiperactividad, ¿cómo
quiere que le diga que NO lo haga?
Algunos se daban cuenta de su error pero no podían
admitirlo externamente:
-
Mi Oriol sabe disimular muy bien
sus fechorías, hasta me convence para que NO le castigue por las noches cuando
llego a casa. Esto que usted me dice, que ha falsificado las firmas para que no
hubiera entrevista entre ustedes y nosotros, la verdad, me cuesta creerlo. Yo
esperaba esta conversación hacía meses.
Y existían padres ausentes que iban más allá de la
justificación, llegaban a la acusación:
-
Fueron ustedes, y no yo, quienes
no le educaron bien. De hecho, y esto lo sé de buena tinta, lo han estado
acosando durante todo el curso a pesar de todas mis llamadas desde el trabajo.
Y no me nieguen eso, mi hijo, a mi, jamás me mentiría.
Y todo lo anterior implicaba que este tipo de educadores
estaban muy poco con sus hijos para revisarles los deberes, jugar con ellos y
darles pautas. En fin, que la tarea educativa recaía más en el colegio que en
la familia ante unos rapaces con un 17 por ciento menos de sustancia cerebral
blanca. A lo anterior solía sumarse la discrepancia educativa entre la pareja,
una baja disciplina por parte de éstos y el deseo de ser amigos de sus hijos,
toda una guinda para el pastel del fiasco escolar. Sin límites ni rutinas
impuestas todo era demasiado fácil y el escolar en nada valoraba lo que se le
ofrecía, aprender. Un profesor me contaba lo que hacía con este tipo de
alumnos, les ofrecía ser el referente paterno o materno que en casa no existía.
En primero y segundo de la ESO jugaba con ellos a través de bromas y técnicas
de clase, algo que en su casa no se les daba. En tercero y cuarto dejaba el
juego y les escuchaba para dejar que los escolares se ganaran su favor personal
si cumplían los pactos acordados. Si no los acometían el docente rompía el
acuerdo y denegaba conversación o juego con ellos. Una reacción así lanzaba un
mensaje subliminal al púber, el perder otra vez a su adulto, a sus padres
ausentes. En la mayoría de casos los chavales intentaban recuperar de nuevo a
su referente adulto.
Otro ejemplo similar me lo contó otro profesor de tercero
de ESO. Éste, mientras vigilaba a los expulsados, establecía el siguiente
puente con los díscolos, les dejaba entrar con su portátil al Youtube para
visualizar videos bajo la supervisión del susodicho educador. Con ello se hacía
caso a los chavales, algo que en casa no ocurría, y por el otro, se les marcaba
un pacto, silencio y tranquilidad a cambio de compartir esos momentos con
ellos. Los chavales accedían y al final alcanzaron cotas de sinceridad muy
elevadas. En fin, que todo humano necesita de la dedicación de otros humanos.