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lunes, 17 de octubre de 2016

37. Hiperactividad y TDAH.

Dos por uno no es el nombre de un aceite milagroso que quita el óxido del fracaso escolar, es un asunto que puede contarse con gotas de humor. Oraba un chiste muy lamido que en una conversación entre una madre y una vecina decían lo siguiente. - ¿Veo que has tenido gemelos? - No son gemelos, es sólo uno pero hiperactivo. En fin, el dos por uno. Los síntomas centrales del TDAH no son el nerviosismo, como muchos creen, sino una falta de autocontrol generalizado más una insatisfacción irracional que el aquejado aprende a suplir inconscientemente con actitudes díscolas. Todo ello puede conllevar un sesgo en la atención del zagal, una dificultad para finalizar las tareas y una excesiva inquietud. Para diagnosticarlo en casa se utiliza un test, el Cuestionario de Conducta de CONNERS, al que los padres deben responder indicando un «nada», «poco», «bastante» o «mucho». Luego, y con las casillas marcadas, se computa el índice de hiperactividad. Las preguntas son: 1. Es impulsivo, irritable; 2. Es llorón/a; 3. Es más movido de lo normal; 4. No puede estarse quieto/a; 5. Es destructor (ropas, juguetes, otros objetos); 6. No acaba las cosas que empieza; 7. Se distrae fácilmente; 8. Tiene escasa atención; 9. Cambia bruscamente sus estados de ánimo; 10. Sus esfuerzos se frustran fácilmente; y 11. Suele molestar frecuentemente a otros niños. Obviamente estas preguntas no son suficientes para un correcto diagnóstico y cabe la observación atenta de un psiquiatra al respecto. Pero, ¿cuál es la causa de la hiperactividad? Para muchos psiquiatras y asociaciones de familias con hijos hiperactivos la causa es más genética que adquirida, en cambio para muchos psicólogos, neurobiólogos y docentes la causa es más adquirida que genética. En ambos lados hay sus excepciones, pero lo básico es que existen estas dos tendencias para explicar el origen del TDAH. Analicemos y evaluemos ambas posturas. Si el test anterior lo aplicamos a cualquier infante menor de 5 años daría que todos los humanos hemos sido hiperactivos alguna vez. Todos los niños suelen ser movidos, dispersos y con bajo nivel de autocontrol, algo que define la infancia en si misma. Es más, resulta normal que un niño sea inquieto, que se distraiga con el paso de una mosca y que proteste ante una orden adulta. Durante esta etapa debe aprender a controlarse bajo los límites paternos. Si un chiquillo se mueve cuando padece hambre, soledad, frío o sueño, no se le diagnostica un TDAH sin más. Los adultos atentos nos damos cuenta que el zagal se mueve por falta de algo que el infante todavía no ha aprendido, su autocontrol. Un humano maduro sabe, hasta cierto límite, autocontrolarse si siente hambre, soledad, frío o sueño, pero el crío todavía no ha adquirido estos aprendizajes y ante cualquier incomodidad se muestra inquieto y movido. Si el entorno no educa en la espera, la calma y el autocontrol ante el hambre, la soledad, el frío o el sueño regalando de inmediato lo deseado por el zagal, este jamás aprenderá a ganárselo. Cualquier crío necesita adquirir paciencia, rutinas y esfuerzo para su posterior madurez. Por tanto, y como ya se dijo con anterioridad, el test Conners no es suficiente para un diagnóstico correcto del TDAH. Este cuestionario simplemente describe la más temprana infancia que un niño sin límites, premios y atenciones no sabrá superar. Si un zagal no aprende a autocontrolarse y continua movido, disperso e impulsivo, pudiera ser diagnosticado como hiperactivo. En tal caso la terapia será una educación que corrija esas deficiencias. De hecho, un entorno acelerado en lo fácil y la hiperestimulación con libre acceso a televisión, internet o deseos lleva a los niños hacia la cultura del quiero y lo tengo con un clic informático. En ello está el papel de los padres si éstos no ponen límites adecuados a sus hijos, algo que explicaría la expansión del TDAH con cada vez más niños movidos y sin autocontrol, zagales que simplemente llaman la atención para que sus padres ausentes jueguen con ellos, les marquen límites o les regalen estima. Cabe añadir que en otras patologías estudiantiles como dislexias, sorderas, problemas de lateralidad o miopías, la anomalía suele decretarse sin discrepancias entre los especialistas. Ello sucede por dos razones, existen pruebas clínicas que las detectan y los individuos afectados suelen manifestar su problema con claridad. Pero con la hiperactividad no hay análisis químicos que la corroboren y al final todo depende de un cuestionario y de las observaciones de un experto. El dictamen de éste es lo que decreta si uno padece o no tal síndrome sin que haya datos físicos o químicos al respecto, sólo observaciones. Se insiste, el fallo del especialista surge de descripciones del aquejado. Lo más preocupante es que algunos padres sienten en ello un mástil en donde aferrarse ante cualquier mal resultado de su hijo, es decir, viven agazapados al diagnóstico y ven a su hijo como a un enfermo. - ¿Sabe que nuestro hijo sufre un trastorno de la atención con hiperactividad? – preguntaron unos progenitores a un profesor de castellano. - ¿Un TDAH? Claro que lo sé. Ya fui informado en su momento. - Pues esa es la causa de tantos exámenes suspensos en su asignatura. Él necesita una atención especial. Nos gustaría saber como le atiende ante esta patología. Pero lo que el docente no se atrevió a decir era que en clase, y bajo la excusa del TDA con hiperactividad, el alumno había pasado a una hipoactividad, es decir, que no pegaba ni golpe, o dicho de otro modo, no terminaba los ejercicios que el profesor preparaba con exclusividad para él, algo que reducía tiempo de dedicación hacia la mayoría restante de compañeros de clase. Por ello cada vez hay más docentes que hablan de niños hiperactivos no como enfermos, sino como alumnos a quien orientar. Alberto Royo, profesor de secundaria en Navarra, decía al respecto en su blog. ¿No estaremos elevando a rango de patología lo que es un rasgo de la personalidad? ¿No llegará un momento en el que no haya característica personal que no tenga su correspondiente diagnóstico y tratamiento diferenciado? ¿Realmente es positivo para estos chicos “movidos”, “hiperactivos” o con “TDAH” diferenciarles de los demás? Sócrates decía: "nada resulta demasiado difícil para la juventud". ¿No se lo estaremos poniendo nosotros demasiado fácil? En noviembre de 2006, el congreso anual de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria denunció el riesgo que la industria farmacéutica patentara nuevas enfermedades para vender más medicamentos. La gran mayoría de los síndromes psicológicos por aquel entonces descritos resultaban procesos naturales que la industria farmacéutica convertía en patologías con el fin de colocar nuevos fármacos cuya utilidad parecía, al menos, dudosa. El doctor Pablo Alonso, médico del Centro Cochrane Iberoamericano, señaló que así lo hacían algunas multinacionales farmacéuticas. Alonso afirmaba que con ello se lograba crear en los pacientes la falsa expectativa de una salud perfecta sin esfuerzos sintiéndose situaciones propias de la vida como síndromes a tratar con fármacos. Así al cansancio se le había llamado fatiga crónica; a la pereza de ir a trabajar, síndrome vacacional; a la timidez, inhibición social y al alumno desatento y sin control de si mismo, hiperactivo. Según Alonso y otros científicos como Jörg Blench y Ray Moynihan, todas aquellas situaciones eran sensaciones que con esfuerzo se superaban, pero que los placebos de las farmacéuticas hacían que no se afrontasen y que se cayera en la debilidad psicológica y la falta de esfuerzo ante cualquier frustración de la vida. Jörg Blench en su libro Cómo nos Convierten en Pacientes sacó a la luz el hecho que ciertas farmacéuticas, asociadas a grupos médicos, patentaban nuevas enfermedades para crear un negocio con los fármacos que las trataban. También Ray Moynihan, científico australiano, pensaba igual. Éste añadía que se deberían deshacer los intereses económicos que existían entre médicos y farmacéuticas. Sabemos que detrás de algunas asociaciones de padres con hijos hiperactivos se hallan algunos laboratorios farmacéuticos. Cabe denunciar que las propias farmacéuticas subvencionan congresos que publicitan y promocionan fármacos para el TDAH. Sirva de ejemplo el de Mayo de 2014 en Barcelona. Durante los días 16, 17 y 18 de ese mes diferentes multinacionales farmacéuticas sufragaron el 5º Congreso Nacional sobre la Hiperactividad celebrado en el CCIB de Barcelona con cabida para 700 asistentes. Allí se expusieron los últimos avances en servicios y productos para el tratamiento de la hiperactividad. La Presidenta del Comité Organizador, Elena O’Callaghan, puso como reclamo la siguiente opinión: Todavía hay la falsa creencia que la mayoría de los trastornos de la conducta tienen una componente educacional, y no es así. Una afirmación así significaba dos cosas. La primera que todos los trastornos de conducta no hallan relación con la educación y la segunda, que en este congreso no se iban a exponer opiniones diversas, sólo se iba a exponer una sola visión sobre la hiperactividad, la de las multinacionales farmacéuticas como Janssen, Sandox y Shire. Éstas eran las que subvencionaban el evento fabricando los derivados de anfetamina para los hiperactivos. Otras aportaciones venían de los laboratorios de complementos dietéticos Ordesa y Viate que sintetizan productos de parafarmacia para los niños con TDAH, más otras organizaciones psicopedagógicas y editoriales que apoyaban el TDAH como un trastorno sin relación alguna con malos hábitos educativos. Aunque lo paradójico fue que el propio Departament d’Ensenyament de la Generalitat catalana patrocinara también aquel congreso que decía que la educación no tenía nada que ver con las conductas adquiridas, un congreso dirigido casi exclusivamente a estudiantes, asociaciones de hiperactivos y familias a quienes se les ofrecía todo tipo de facilidades en desplazamientos de avión o de tren, en alojamiento, en restauración y hasta descuentos en tiendas, ¿que clase de congreso científico era éste que pretendía que sus principales asistentes fueran hijos, madres y padres pero no científicos, médicos y psicólogos?, ¿no se trataría en conjunto de una simple publicidad de las farmacéuticas y laboratorios? De hecho el precio de las inscripciones llegaba a los 440 euros, pero si eras asociado a algún gremio del TDAH obtenías un descuento del 90 por ciento. En fin, y dado todo lo anterior, ¿cómo se entendía aquel 5º Congreso Nacional sobre la Hiperactividad? Con independencia de los congresos publicitarios, los fármacos que se allí se proponen suelen contener metilfenidato o atomoxetina, derivados de anfetaminas psicoestimulantes que calman a los estudiantes con TDAH pero que no atajan la causa genética que estos expertos defienden. Ya indicamos que para algunos psiquiatras, asociaciones de familias y laboratorios farmacéuticos la causa era más genética que adquirida, pero de hecho estos fármacos corrigen la conducta más que la condición innata del aquejado. Por otro lado no hay ningún afectado del TDAH que supere su condición sin terapias correctoras de hábitos. Y por último los fármacos que se recetan para el TDAH provocan efectos secundarios. Según la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, los medicamentos con metilfenidato producen alteraciones cardiovasculares, psiquiátricas, retardos en el crecimiento, insomnio, anorexia, convulsiones y hasta depresión. Además tal tipo de anfetaminas han sido prohibidas en Canadá y otros países por su conocida potencialidad adictiva, un hecho que deberían prohibir la administración de tales substancias a niños menores de seis años y mucho menos a estudiantes con tics (Síndrome de Gilles de la Tourette) o en jóvenes psicóticos ya que aumenta tal sintomatología. En cuanto al otro fármaco, la atomoxetina, ésta puede producir cambios en la presión arterial, alteración cardiaca, pérdida de peso, retardo en el crecimiento, síndromes gripales, mareos, pérdida de conciencia, vómitos y disminución del apetito. En fin, que una medicación que produce efectos relajantes inmediatos, pero sin esfuerzo del aquejado, se cobra el precio de muchos efectos secundarios bajo el riesgo de adicción psíquica y una quietud del afectado bajo una tristeza, insomnios y pérdidas de hambre muy frecuentes. Quizás la tendencia y la necesidad de resolver rápidamente cualquier problema psíquico y educativo impulsa esta medicación precoz. Sólo en casos psiquiátricos bien diagnosticados la terapia con fármacos parece justificable y necesaria. Ello sí, siempre acompañada de terapia educativa del individuo. Es decir, y ante el TDAH, cabe un camino intermedio entre medicamentar a la mínima o negarse en todos los casos. Éste es recetar fármacos cuando sea estrictamente necesario más combinar siempre una terapia educativa al afectado. En ello están de acuerdo la mayoría de psiquiatras, algo que nos lleva a ver la causa del TDAH como una combinación entre hábitos y genética. Aun así, existen expertos que insisten sólo en la causa innata del TDAH. Gracias a la tomografía se conocen actividades singulares en el neurocórtex cerebral de los hiperactivos. Hay autores que lo interpretan como una prueba de la base genética de esta disfunción pero ello pudiera responder a algo adquirido. Esta parte superficial de nuestro encéfalo responde a lo aprendido y no a nuestros genes más primitivos y heredados. También sabemos que las dopaminas están implicadas en el TDAH pero también estas responden a estimulaciones externas como el miedo, el sexo y el deporte. De hecho el individuo con TDAH reduce su ansiedad con una las tres acciones anteriores: miedo, sexo o deporte. Por tanto el entorno puede reeducar su disfunción y no cabe ver al hiperactivo como a un paciente. A pesar de todo algunos afirman que son enfermos y que deben ser los educadores quienes se esfuercen para que los afectados no trabajen tanto. Tal perspectiva hace que se trate a los hiperactivos como incapacitados, algo nada estimulante para un estudiante, algo que en nada aviva la dopamina. En la experiencia de muchos docentes se hallan muchos alumnos con TDAH que una vez diagnosticados su rendimiento cae en picado. Piense en lo siguiente, si al presunto hiperactivo se le dice y repite que padece un TDAH, el chaval se cree incapacitado y acaba por desarrollar otra anomalía, un QTTT, que trabaje tu tía. Quizás ese nuevo trastorno, el QTTT, sea el origen del infinitivo que sufren, qatear. En fin, que sin quererlo hemos hecho fracasar al alumno bajo su nuevo QTTT algo que le ha convertido en un cateto sin que él fuera culpable de su inapetencia estudiantil. Es más, muchos TDAH muestran un elevado coeficiente de inteligencia pero que tras ser continuamente amonestados derivan en actitudes agresivas o disruptivas. Así, y de una forma inconsciente, aprenden que con una acción física enérgica estimulan su dopamina para después sentirse relajados. Por dicha razón muchos de ellos llegan a la marihuana u otras substancias relajantes. El TDAH ve en su vida una barrera a vencer con todo tipo de artimañas. - ¿Saben que Oriol ha faltado dos días de clase falsificando los justificantes de ausencia? – inquirió el anterior profesor a aquellos padres (los nombres han sido falseados). - Sí, pero creemos que es algo comprensible – respondió el padre con aplomo y educación. - ¿Comprensible? Podría explicarse por favor. - Oriol nos ha contado que la mayoría de profesores le acosan verbalmente y eso le afecta mucho. Por eso se ausenta del colegio. - ¿Saben entonces que Oriol no quiere pegar ni golpe?, ¿que se pasa las clases riendo, provocando a los docentes y que por eso éstos le exigen, que no acosan? - Dada su hiperactividad todo eso es normal. Ustedes deberían tenerlo en cuenta. Su ritmo de trabajo es inferior al de los demás. Inferior no, era nulo. En fin, que el problema de aquellos padres fue que se creían en demasía la hiperactividad como una enfermedad que incapacitaba a su hijo, y no como algo a superar con actitud. En algunos casos los docentes con grandes dotes de autoridad frenan y neutralizan a los hiperactivos, algo que encaja con los datos psiquiátricos. Según el Dr. Casas del Grup de Recerca de Psiquiatria del Hospital de la Vall d’Hebron en Barcelona, el hiperactivo reduce su disfunción cuando hace deporte, practica el sexo o siente miedo. Que los hiperactivos se mueven para reducir su ansiedad ya lo sabemos, que el sexo es una buena fuga para reducirla también, pero que el miedo sea otra forma de frenarla sólo algunos docentes lo tienen en cuenta. Desconozco que puede argumentar la psiquiatría a favor o en contra, pero por los casos que conozco, la autoridad, que no el autoritarismo, funciona bastante bien ante la hiperactividad. Cabe indicar aquí que a tenor de los últimos avances en neurobiología pudiera ocurrir que la hiperactividad fuera una disfunción a superar con esfuerzo y hábitos familiares férreos. Investigaciones recientes han demostrado que en el aprendizaje la atención influye más que la capacidad innata del individuo, es decir que el entorno puede más que la genética y que por tanto, la capacidad no es innata. Si la hiperactividad hunde sus raíces en lo adquirido, ésta pesa más que lo innato y por tanto los malos hábitos la desatan y por el contrario, los buenos la pueden desactivar. Muchos educadores saben que una educación motivadora, con autoridad y con retos, llamada estudio esforzado o deliberate practice, crea chicos brillantes con gran independencia del genoma heredado. Estudios de neurociencia también afirman que el ambiente afecta más que la genética en el talento de los estudiantes. Un estudio efectuado durante más de siete años sobre unos 2000 niños, afirmaba que el entorno social y cultural ostenta mayor influencia que la genética en sus CI o coeficientes de inteligencia. El estudio se realizó sobre una población estudiantil afroamericana en seis barriadas distintas de la ciudad de Chicago. Los resultados descubrieron notables y pertinaces descensos en la destreza verbal de los chicos ubicados en los barrios más desfavorecidos. Para más información se puede consultar por Internet, Proceedings of the National Academy of Sciences USA del 19 de diciembre de 2007. Añadamos a lo anterior que familias con autoridad firme en donde se practica el estudio esforzado crean alumnos sin problemas educativos y sin hábitos hiperactivos. Estos padres realizan prodigios con sus hijos gracias a una gran dedicación y a un buen ideario moral. La genética está allí, pero no para creernos dirigidos por ella, sino para moldearla. Hacer creer que estamos llenos de talento innato, como la pedagogía teórica pretende, resulta un craso engaño y una estafa tremebunda. Quizás por ello haya hoy tantos NINIS y TDAH entre nuestros jóvenes. En el año 2006 la Cambridge University Press publicó The Cambridge Handbook of Expertise and Expert Performance donde K. Anders Ericsson, Paul J. Feltovich, Robert R. Hoffman y Neil Charness compilaban una serie de artículos y observaciones que demostraban algo paradójico, que los expertos no nacen, se hacen, es decir que los buenos hábitos pueden despertar los buenos genes, las capacidades innatas. Otra vez aquí, la educación que motiva y pone retos a los hijos, estudio esforzado, crea chicos brillantes, hasta niños prodigio. Ejemplos de ello fueron Mozart en la música, Tiger Woods en el golf y Judit Pólgár en el ajedrez. Todos ellos recibieron una educación muy temprana destinada a dominar cierta especialidad. Ello nos vuelve a indicar que una educación bien dirigida potencia las capacidades innatas y reprime hiperactividades y demás chacras. La idea que los niños brillantes no nacen, se hacen, choca con nuestra concepción determinista del tan de moda genoma humano. Bajo este prisma, todo parece contenido en los genes pero es la cultura quien amasa el barro de nuestras capacidades innatas. Heredamos potenciales gracias a nuestros cromosomas pero bajo un buen influjo los buenos llegan a fructificar, en caso contrario jamás se aprovechan. Cómo decía Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica y profesor emérito de Economía Política de la Universidad de Warwick. Nuestra naturaleza puede predisponernos a aprender, pero lo que aprendemos depende de cómo nos crían. A tenor de los últimos descubrimientos en neurobiología, los superdotados surgen más del influjo familiar que no del genoma heredado, todo lo contrario de lo que creen los padres agazapados al diagnóstico de un TDAH. En marzo de 2007 la investigadora del Centro de Regulación Genómica de Barcelona, Mara Dierssen, declaraba lo siguiente. Los modernos estudios de neurociencia indican que el ambiente influye más que la genética en el talento musical. Puede existir una predisposición genética, pero cuando se estudian casos de gemelos univitelinos que se han criado en entornos diferentes, uno musical y el otro no, se comprueba que lo más influyente es el ambiente. Algo parecido sucede con los idiomas. Es decir, la genética está siempre en un segundo plano con respecto a los hábitos. El ajedrecista Philip E. Ross, en el número de septiembre de 2006 del Scientific American, escribía: Las pruebas de qué dispone la sicología indican que los expertos no nacen, se hacen. Más todavía: la probada posibilidad de convertir rápidamente un niño en un experto – en música, en ajedrez y en otros muchos campos – plantea un claro reto al sistema educativo. ¿Sería posible hallar la forma de incitar a los escolares al estudio esforzado que mejora su destreza lingüística y aritmética? [...] En lugar de estar perpetuamente preguntándonos ¿por qué no sabe leer el niño?, tal vez hubiera llegado el momento de decir ¿por qué ha de haber algo que no pueda aprender? La opinión anterior halló un respaldo definitivo en invierno de 2008 cuando el neurobiólogo Douglas Fields demostró que el cerebro humano adquiría mayor potencial de aprendizaje si desde pequeño uno se esforzaba. De hecho, y desde el año 2005 existían trabajos de este autor en ese sentido. Durante mucho tiempo se había considerado que la sustancia blanca cerebral era menos útil que la gris, de ahí la falsa expresión que los humanos sólo utilizábamos una parte de todo nuestro potencial encefálico. Ahora, y como se ha demostrado, lo utilizamos todo. La sustancia gris del cerebro corresponde a cuerpos neuronales mientras que la blanca son axones recubiertos de mielina. Pues bien, cuando nacemos nuestras células cerebrales se hallan poco mielinizadas. El ritmo y crecimiento de esta sustancia alrededor de los axones influye en el aprendizaje, la memorización, la inteligencia y el autocontrol, todos antídotos de la hiperactividad. Lo más curioso del caso es que el recubrimiento de mielina es mayor en individuos que desde pequeños fueron estimulados y educados bajo el esfuerzo. Es decir, la perseverancia, el orden y los límites desarrollan nuestra mente. En este sentido los estudios del doctor Vincent J. Schmithorst del Hospital Infantil de Cincinnati hallan una correlación directa entre el desarrollo de la sustancia blanca cerebral, el cociente intelectual de los niños estudiados y su esfuerzo aplicado. Otras investigaciones ponen de manifiesto que los niños desatendidos por sus familias poseen un 17 por ciento menos de sustancia blanca que los bien atendidos, algo que indica que los padres ausentes pudieran ser causa de TDAH en su descendencia. En resumen, que la experiencia influye en la mielinización, y esta en la inteligencia del individuo. Si queremos que un zagal alcance un nivel elevado de inteligencia, debe empezar a ejercitarla desde edades muy tempranas. El doctor Douglas Fields escribía lo siguiente en el número de abril de 2008 del Scientific American. El cerebro que poseemos hoy lo construimos al interaccionar con el entorno mientras crecemos y nuestras conexiones neuronales comienzan a mielinizarse. Se insiste por tanto que el esfuerzo cuenta más que la capacidad innata y que el TDAH puede evitarse con ello. Si se dan las condiciones para que el alumno se sienta empujado hacia el esfuerzo todo fluye hacia el éxito. Si existe una familia comprometida, más unas leyes exigentes en los currículos, el esfuerzo aparece y con él la mayor fijación de mielina en los axones neuronales, algo que conlleva una mayor capacidad memorística y a un mayor número de conocimientos y descubrimientos con su placer intelectual y motivación incorporados, algo que nos lleva de nuevo al esfuerzo cerrando un bucle que se retroalimenta positivamente para crecer y crecer sin TDAH alguno. De ahí los resultados del equipo del doctor Schmithorst en el Hospital Infantil de Cincinnati, de ahí que a más esfuerzo, más mielina y mayor cociente intelectual de los niños. Pensar lo contrario es creerse atrapado por un fatalismo genético que nos condena al fracaso escolar. En tal caso nadie debería hacer esfuerzo alguno. Pero los datos dicen todo lo contrario. Sirva otro ejemplo en el sistema educativo de California. Allí los alumnos latinos tienen una perspectiva fatalista de ellos mismos y fracasan académicamente al no esforzarse. En cambio los asiáticos saben que el trabajo sostenido les sirve como ascensor social. En consecuencia los latinos culpan a la sociedad de su frustración y esperan que esta les compense mientras los asiáticos mejoran día a día su situación profesional. La prueba de ello es que los asiáticos son los mejores estudiantes del sistema escolar californiano. Cabe añadir, como ya se ha indicado en otros párrafos, que los alumnos con dificultades innatas inevitables debían haber sido diagnosticados y tratados ya en infantil. Por desgracia la pedagogía teórica prefiere alentar a todos los alumnos hacia sus sueños por encima de sus limitaciones clínicas. Es decir, la pedagogía teórica se opone a lo que la ciencia sabe diagnosticar y tratar. En resumidas cuentas, y aportadas todas las informaciones anteriores, se debe afirmar que la inteligencia y la concentración se posee si se trabaja o se trata, como también se adquiere la hiperactividad si un mal hábito la impulsa. El TDAH resulta pues un potencial innato despertado por unas costumbres erróneas que en breve detallaremos, pero jamás un destino totalmente determinado por nuestros genes. Por tanto, para reconducir una hiperactividad por buen camino habrá que evitar tales males prácticas potenciando sus contrarias y diagnosticando prematuramente tal problema ya en infantil. Lo curioso del caso, y una vez detectada la hiperactividad, es que hay dos opciones para comunicarla a los padres. La primera como algo a superar y por tanto la solución debería ser corregir el mal hábito. La segunda, afirmar que el lechón padece una enfermedad genética sin responsabilidad de nadie. Si el estudio esforzado demostró su efectividad para despertar inteligencias innatas, ¿por qué no probar lo mismo para resolver la hiperactividad? Muchos docentes afirman que con la reforma educativa la cultura del esfuerzo cayó en picado, ¿y si por culpa de eso, más unos malos hábitos, se daba la actual expansión de la hiperactividad? Si analizamos las malas costumbres que causan un TDAH se da una respuesta clara a todo lo anterior.

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