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martes, 25 de octubre de 2016

40. ENSEÑAR O EDUCAR

En los ensayos anteriores se ha detallado qué debe esperar la familia de un centro educativo, como debe organizarse éste y finalmente como deben actuar los profesores en función del tipo de alumno que tienen ante si. A partir de este momento hay que decidir qué contenidos enseñarles y como hacerlo. Un problema recurrente en los institutos que no permite terminar los temarios que marca la ley son las quimeras según la moda del momento. Impartir en extremo estos monstruosos decálogos roba y resta tiempo significativo a las clases de su hijo. Me refiero a los centros en donde se invierte un exceso de sesiones enseñando cosas obvias en detrimento de los contenidos legales. Perseguir estas quimeras y luego trasladarlas a los centros educativos no es ciencia-ficción. En muchas tertulias, debates de radio y televisión se escucha a menudo. Eso debería enseñarse en la escuela. Y así ocurre que un dirigente en busca de ego hace de ello su causa y muchos problemas sociales se derivan a los centros de enseñanza. Sexualidad, educación viaria, igualdad entre sexos, coeducación, paz mundial, anticoncepción, competencias básicas, maltrato de género, prevención del SIDA, uso de Internet, inteligencia emocional, multiculturalidad, solidaridad con el Tercer Mundo, redes sociales, homosexualidad, homofobia, ahorro energético, consumo responsable, pedofilia, uso de preservativos, enjuagues de flúor, acoso, drogas, alcoholismo, tabaquismo, dinámicas empresariales, contrato de seguros, demanda de créditos, neoliberalismo, fundamentos en economía, sexismo y demás causas llenan un saco bastante lleno de nuevas obligaciones que los colegios asumen a costa de vaciar el tiempo de sus temarios. A veces se destinan más recursos en el sexo responsable que en el estudio responsable, algo paradójico ante las pedagogías teóricas que fomentan la libre expresión escolar del deseo: culo veo, culo quiero. Pensar que el deseo es el principio pedagógico educativo anima más a joder sin miras que a ver con quién. Como decía Epicuro, no hay pobre más pobre que el que tiene deseos ilimitados. Pero volviendo a los centros que abusan de actividades en pro de la educación, vemos que ello va en detrimento del aprendizaje. Con ello no se sentencia que el centro que acometa esos objetivos sea poco eficaz, todo lo contrario, ese instituto se preocupa por sus escolares. El problema radica en el exceso de sesiones destinadas a tales informaciones. Los profesores no son la virgen María de Lourdes y por tanto no pueden hacer milagros con su tiempo. Si somos terrenales nos daremos cuenta que un alumno permanece en el colegio sólo cerca del 15 por ciento de las horas del año, unas 1.350 horas de escuela frente a las 8.760 horas del año. Además se estima que del 85 por ciento de las horas que un escolar pasa fuera del centro, el 40 por ciento lo ocupa viendo pantallas de televisión, Internet o móvil. Así que con ese casi quince por ciento de horas escolares, un veinte si descontamos las horas de sueño, pocos milagros pueden invocar los centros en educación social y urbanismo. Educa infinitamente más lo externo a la escuela que lo interno, y ya dijimos que sistema educativo no es igual a sistema escolar. Para reducir todas estas quimeras en su justo punto sólo hay una manera, pasar por el diálogo familiar. Aplauda a ese docente que aconseje repartirse la educación social entre escuela y padres, de otro modo sus hijos perderán muchas clases de lenguas y matemáticas. En ese sentido, y si son dos, instituto y familia, los chavales escucharán dos veces los mismos mensajes educativos. Por tanto, si un profesor aconseja apagar la televisión y hablar de todos estos temas con los hijos durante las comidas, no piense que es una intromisión en su hogar, es algo familiar. Si un docente le propone que en la mesa nada de móviles conectados para prestarse atención los unos a los otros, no piense que es una utopía, es algo necesario. El profesor le está dando una información para que la familia eduque mejor. Si uno cree que eso es imposible y que toda su parentela es adicta a la pantalla, un consejo, se puede dejar. Sólo basta con apretar un botón, el del OFF, y desaparecerá esa hipnosis colectiva. Un padre amigo mío se le ocurrió un día fingir que se había estropeado el televisor, de hecho sólo dañó el enchufe. A partir de esa cena dejaron de verla durante las comidas pasando a compartir algo más que unos alimentos, pasaron a conllevar conversaciones y urbanidad. Por tanto, apáguela, converse y averigüe como piensan sus retoños. Luego el colegio repetirá en tutoría esos asuntos sobre corrección pero sin suprimir clases de idiomas por ello.

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