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jueves, 20 de octubre de 2016

39. LAS CAUSAS DEL TDAH

La gran pregunta sobre las causas del TDAH es si este transtorno es más genético que adquirido o viceversa. Vayamos por partes y sopesemos los hechos sin las emociones de los afectados por medio. El primer dato nos lo ofrecieron unos estudios médicos en octubre de 2007 presentados en Barcelona durante un congreso de medicina sobre el sueño. Según estos, el 15 por ciento de los niños llamados hiperactivos, en realidad padecían trastornos del sueño. Así lo indicaban los especialistas Gonzalo Pin del Hospital Quirón de Valencia, y Milagros Merino del Hospital La Paz de Madrid. El pequeño que dormía mal, al día siguiente mostraba conducta irritable, pérdida de concentración, bajo autocontrol y disminución del rendimiento escolar. Por esos signos se le clasificaba como hiperactivo al ser síntomas del TDAH. Sólo con cambiar sus pautas de sueño se corregía la supuesta hiperactividad. Estos malos hábitos se adquirían durante los primeros años de vida. Los médicos afirman que a partir de los siete meses se debe enseñar a dormir bien a los lechones. Los padres deben relajar a su hijo para que se duerma. Rutinas de horario fijas, dietas suaves y sin azúcares excesivos en la cena, actividades relajantes al anochecer, obligación de dormir solos en una habitación tranquila, son las recomendaciones más comunes que se dan para evitar el trastorno del sueño y con él, posibles y fatuas hiperactividades futuras. En fin, que malos hábitos y no una enfermedad, causan el 15 por ciento de los TDAH diagnosticados. El segundo mal hábito provino de un estudio sobre alimentación. En setiembre de 2007 la Autoridad Europea de Seguridad, EFSA en sus siglas en inglés, dijo que analizaría si algunos aditivos y colorantes usados en dulces y refrescos azucarados podían inducir al TDAH. Trabajos en la Universidad de Southampton así lo parecían indicar. Los autores de dichos trabajos relacionan la hiperactividad con predisposiciones genéticas y malos hábitos educacionales. El estudio publicado en la revista The Lancet, constataba que los niños que habían consumido hidratos de carbono con ciertos aditivos mostraban comportamientos bulliciosos y pérdida de concentración algo superiores a los que no lo hacían. Deberíamos recordar que un exceso de calorías de fácil asimilación como son los azúcares, incentiva esa ligera subida del bullicio en un grupo de alumnos. Por otro lado, en los consejos dados anteriormente para evitar el trastorno del sueño, quedaba claro que una dieta con exceso de hidratos de carbono activa de noche al escolar y no le permite dormir plácidamente, algo que puede desatar el fatuo TDAH por la mañana. El tercer dato es la ausencia de la cultura del esfuerzo. En esto hay testimonios muy reveladores, los propios escolares diagnosticados de hiperactividad. La mayoría de ellos reconocen que aprovechan la supuesta enfermedad como excusa para hacer lo que les da la gana, es decir, no estudiar. Sirva la siguiente redacción de un escolar de 14 años con TDAH y los hechos hablan por si mismos. Las faltas de ortografía y sintaxis fueron, por dignidad, corregidas. Cuando llego a clase sólo me apetece fastidiar, faltar al profesor y hablar lo que me venga en gana. Esto me molesta porque no me puedo controlar (en las clases de docentes que imponían límites sí se comportaba) y siempre me expulsan, me ponen mala nota y me imponen faltas. Los médicos dicen que eso se llama hiperactividad y me han dado pastillas a punta pala y me han hecho asistir a terapias que sólo han servido para sacar dinero a mis padres. De hecho, lo que simplemente me pasa es que quiero hacer lo que me de la gana (algo que le ocurre a todo el mundo y en especial a cualquier niño sin límites), y como en el colegio no me lo permiten (pero sus padres sí), hago ruido y escándalo para poder salirme con la mía (costumbre adquirida ya que el padre confesó que jamás le había castigado). Yo soy un pájaro libre que quiere volar pero que está en una jaula en clase y no le dejan hacer lo que sí puede fuera del colegio (días antes los padres se quejaron de los profesores del centro porque según su hijo lo estaban acosando). Claro está que el alumno sufría de una falta de hábitos en el autocontrol y no de una enfermedad llamada TDAH, una patología que había sido diagnosticada por varios especialistas en primaria y tratada con toda clase de fármacos durante secundaria. Si a ello sumamos el error de explicar al alumno que padece una enfermedad, algo no cierto, y que por ello se le rebajan los contenidos, el adolescente se acostumbra a trabajar menos y a caer en un pozo de inactividad, algo que así me confesó en privado este alumno. En fin, que la hiperactividad no era una mancha de serie imborrable, sino simplemente algo que unas malas rutinas, falta de límites y bajas atenciones paternas despertaron del letargo interno. No parece aconsejable que algunos expertos defiendan explicar al estudiante que padece de TDAH y que para ello se le reduzca el grado de exigencia escolar. Eso equivale a estafarle con una educación descafeinada. Por desgracia muchos padres aceptan el diagnóstico del TDAH como una enfermedad que les consuela, una etiqueta que les aleja de cualquier sensación de culpabilidad: la culpa no fue nuestra, lo ha sido lo innato de nuestro hijo. Un cuarto factor causante de la hiperactividad es la falta de pautas en orden, cariño, disciplina y premios, en fin, escuchar y atender al infante. Mejor regalarle tiempo de juego, límites y estima que no móviles, consolas y ordenadores para que no moleste. Un zagal abandonado por unos padres ausentes no llega a desarrollar sus capacidades de autocontrol y concentración que luego el TDAH justifica. La relación entre mentores que no castigan y no premian al infante, más una ausencia de rutinas en comidas, deberes y sueño hallan una clara relación con el TDAH. Sin orden, ni juegos, ni disciplina aumenta la impulsividad del rapaz y por tanto su incapacidad de autocontrol y de concentrarse. En eso resulta muy importante, y para evitar la hiperactividad, que se enseñe a los chiquillos a esperar. Ellos deben saber que no todo puede ser inmediato como el clic en un ordenador, o como el sí de unos padres ante su revolcón llorón. Un estudio de la facultad de Psicología de la URV, Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, demostró que la impulsividad adquirida, que no innata, está implicada en el TDAH y la violencia, es decir, que cualquier entorno que promueva la ausencia de control anima a la aparición de la hiperactividad y de la agresividad. La doctora en sicología, Fàbia Morales, así lo indicaba en su tesis doctoral en enero de 2008. Para los psicólogos Eduard Vieta, profesor de la UB, y Mercè Mitjavila, profesora de la UAB, la educación de los hábitos resulta crucial para prevenir la impulsividad y sus actos violentos. Así lo declaraban en La Vanguardia en mayo de 2014. Cabe añadir que en enero de ese mismo año el psicólogo clínico, Joseph Knobel Freud, escribía en la revista Unicamp de la Universidad Estadual de Campinas, Sao Paulo, Brasil, que: El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) se está diagnosticando muchísimo. Si hiciéramos caso a las estadísticas, nos encontraríamos ante una auténtica epidemia. Pero, en mi opinión, este trastorno no existe [...]. El TDAH estigmatiza al hacer sentir al niño como a un enfermo, algo que reduce su complejidad a un paradigma simplificador bajo un supuesto déficit neurológico. En resumen, y si ahora se suman todos los malos hábitos anteriores como trastornos del sueño, abuso de azúcares, ausencia de rutinas, ausencia del esfuerzo, ausencia de disciplina, padres ausentes y la impulsividad que conlleva, parece obvio que la hiperactividad resulta algo más adquirido que heredado y no una enfermedad. Niños que viven conectados más consigo mismos que con el exterior, niños que buscan el afecto de sus mayores pero que no lo hallan, niños que desean ser tan mirados pero que no saben fijar su atención hacia su entorno, niños hiperestimulados por móviles, pantallas y juegos automáticos pero que no conciben la realidad tangible y manual de lo creativo en tres dimensiones, niños que se les regala el camino fácil ante las dificultades exteriores, niños con algún déficit no diagnosticado ni corregido durante su infancia, niños de madres fumadoras y bebedoras durante el embarazo y que luego desatienden a sus vástagos, niños tristes ante unos adultos que le restan importancia a su languidez, niños abandonados en casa pero muy imaginativos para huir de una realidad familiar no deseada, niños muy inteligentes pero que han sido masacrados por alguna deficiencia, niños de madres adolescentes que no saben atender luego a sus alevines, niños que bajo una situación de violencia no superada adquieren una capacidad de alerta continua que les bloquea su atención, niños hipersexualizados por padres y entorno pero que todavía no pueden descargar su excitación como los adultos, niños que no se les enseñó en su momento a dormir solos, niños que no conocen el miedo al castigo pero que ante el miedo al docente sí corrigen su hiperactividad, y niños que no se les brinda tiempo de interacción con sus padres durante comidas, encuentros y conversaciones, forman todo el corolario de hiperactivos que no soportan el fracaso de la realidad y desatienden su atención hacia esta. Ante todos estos datos ya no se puede decir un niño tenga una enfermedad llamada hiperactividad, sino que este zagal se halla ante una disfunción a superar. Por tanto, y para evitarla y corregirla, se debe aplicar lo contrario a su causa, sus antídotos: pautas correctas para ir a dormir; baja ingestión de glúcidos antes del sueño; rutinas diarias en comidas; momentos lúdicos e interacciones con sus responsables; horario regular de estudio; cultura del esfuerzo en ello; diagnóstico y tratamiento infantil ante cualquier déficit en el aprendizaje; amor y límites en su entorno próximo; y por último, técnicas efectivas para reducir la impulsividad infantil. A mayor disciplina, mayor esfuerzo invertido, lo que aumenta la fortaleza del zagal y reduce su nivel de frustración e impulsividad, algo que nos lleva de nuevo al autocontrol, un pez que se muerde la cola y aumenta más y más a cada vuelta rescatando de su hiperactividad al escolar. En caso contrario, y si un educador le insiste que hay que priorizar la hiperactividad como una enfermedad paralizante, y no como una situación a superar, le está haciendo un flaco favor a su hijo. Sería como si a alguien olvidadizo por no utilizar la agenda se le recetaran pastillas. - ¿Que padezco doctor? - Síndrome del despiste. - ¿Y eso es grave? - No, sólo un mal hábito. - ¿Y cómo se cura? - Primero dejando de creer que usted es un enfermo. - ¿Y segundo? - Pues luego dejando de venir a mi consulta para que los dos no perdamos más el tiempo, ¿qué tal un poco de voluntad, un buen uso de la agenda y más esfuerzo por su parte? Pero otro mal facultativo optaría por otra treta: - ¿Que padezco doctor? - Un trastorno de la memoria con despiste agudo. - ¿Y eso es grave? - Se puede tratar. - ¿Y cómo se cura? - Pues con estas pastillas de glucosa con cafeína – algo que todos los estudiantes siempre utilizaron para mejorar su memoria -, y con esta agenda de regalo. Úsela a menudo y ya verá. Con ello no desaconsejamos el uso de fármacos para tratar el TDAH. Éstos sirven para casos extremos y no para convertir a un alumno en un enfermo autoconvencido. Eso significaría transmutarlo en un inválido intelectual, alguien que luego es incapaz de superar con su propio esfuerzo la situación y que espera que los fármacos le resuelvan el problema para siempre. Recuérdese que una enfermedad no suele ser una elección, en cambio un hábito sí. Más de dos horas entre deberes y estudio diarios debieron ser praxis normales para cultivar todo el potencial de cualquier estudiante. En caso que no pueda hay que analizar si existe alguna causa clínica que no se diagnosticó de pequeño. En resumidas cuentas, entorno y genética siempre fueron dos partes inherentes de la especie humana difíciles de separar. Sin cultura no nos hacemos humanos pero sin base innata no habría un ser para ser educado. El límite entre la una y la otra siempre suscitó miles de debates científicos y filosóficos. Quizás fue nuestra obsesión por clasificar las cosas el error. Jamás existieron en nosotros dos entidades claramente diferenciadas como cultura y biología, simplemente los humanos somos las dos cosas a la vez. Nacemos con potenciales que yacen dormidos hasta que nuestros hábitos los activan o los reprimen, pero son nuestras conductas, y no nuestros genes, quienes mandan más en ello. Como decía Kant, nos hacemos humanos al ser educados por otros humanos educados. Así pues, nuestro entorno y cultura afectan nuestras predisposiciones genéticas. Depende pues de nosotros potenciar la inteligencia o reprimir la hiperactividad. Finalmente, ¿qué decir pues de la hiperactividad? Pues que sí, que existe, pero con dos matices. El primero es que hay decenas de causas diferentes que provocan el TDAH y la segunda es que la inmensa mayoría de ellas NO son cien por cien innatas sino por causas externas. El TDAH no es una enfermedad, simplemente suele provenir de un mal hábito inducido, y como errónea costumbre adquirida, puede resolverse con rutinas y esfuerzo diario. Los fármacos puede que ayuden puntualmente pero sin un cambio de hábitos la cosa se hará sempiterna bajo un alumno adicto a derivados de las anfetaminas. Todos los datos médicos anteriores así lo indican. En fin, lo padres no deben creerse esclavos de ningún diagnóstico que paralice a su hijo. La hiperactividad no es una lacra, simplemente es una dificultad a corregir.

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