Para seguir enseñando es necesario seguir aprendiendo. Poseer viva la llama de la inquietud trasciende en los alumnos y hasta los puede motivar. Si por lo contrario el profe no desea aprender y se transmuta en ese zombie con sus apuntes rancios y de color amarillento, entonces deviene un fósil viviente. Ejemplos de ello son el profesor de música que no se emociona con ninguna melodía actual, el de literatura que ya no lee y el de biología que no se entusiasma ante su mascota. Esos personajes son el vivo retrato del docente que sólo imparte clases por inercia. Por tanto, elogie al educador que va a congresos, escribe artículos y actualiza sus conocimientos. Lo que llena su mente llegará también a la de sus hijos.
LLegados a este punto cabe detallar las características que se aproximan a un buen profesional
educativo. Dice el dicho que cada
maestrillo tiene su librillo, pero en asuntos de ser bueno y eficaz hay
unas normas básicas que asientan a este personaje.
Primera, y ya se ha dicho anteriormente,
un buen docente jamás debe ser amigo, aunque tampoco enemigo, de sus alumnos,
sólo debe ser respetuoso y respetado. Recuérdese que la amistad se fundamenta
en la igualdad de deberes y responsabilidades entre los interesados. Un
profesor y un alumno todavía no comparten ni las mismas obligaciones ni los
mismos derechos, simplemente no son iguales. Un docente debe saber sancionar,
evaluar y valorar a un escolar. Éste, falto de suficientes conocimientos, no
sabría hacer lo mismo.
Segunda, un buen maestro debe exigir
trabajo y respeto con ciertas dosis de distancia al principio. Ya habrá tiempo
que los alumnos descubran la parte humana y bondadosa de éste, pero no el
primer día. Cuando ello ocurra dejarán de pensar que el mentor es alguien
distante para convertirse en alguien con quien compartir buenas conversaciones.
En ese instante el docente se habrá convertido en lo que más buscan los
adolescentes, en un referente, y la confianza fluirá entre ambos.
Tercera, un buen educador debe dominar
su especialidad y la didáctica de la misma. Los estudiantes repudian con suma celeridad a los docentes que
cojean de conocimientos pero en cambio valoran a quienes explican las lecciones
con claridad. Por eso en Estonia y
Finlandia escogen como docentes a los mejores alumnos que salen
del bachillerato. Éstos futuros maestros recibirán clases de los mejores
profesores de universidad. De esta forma la profesión de docente atrae a los
más inteligentes y ambiciosos con un salario bueno aunque no excesivo. En
Estonia y Finlandia un buen educador debe dominar su especialidad con un
lenguaje preciso, correcto y culto. Añadamos que los docentes finlandeses tanto
de preescolar como de infantil y primaria deben ostentar un título universitario
equivalente a una licenciatura o máster. Toda esta formación en Estonia y
Finlandia persigue que los educadores dominen su asignatura, el currículo, las
necesidades de los alumnos y las técnicas didácticas básicas en general. En
China, otro país con excelso éxito académico según PISA, los maestros sólo
enseñan una materia que dominan al dedillo, algo que nos muestra otra vez que
existe una clara relación entre lo que saben los docentes y lo que aprenden los
alumnos. De hecho es imposible que un profesor enseñe bien algo que no sabe. En
España se defiende que el mentor sólo sea un guía del estudiante sin necesidad
de dominar su especialidad. Quizás nos falte algo de filosofía oriental.
Cuarta, un buen profesor debe practicar la humildad, algo que a su vez le
otorgará una gran autoridad y confianza con sus escolares. El docente que busca
impresionar para ser admirado creará distancia con sus alumnos. La pedantería
académica no suele resultar un puente de correspondencia. Por el contrario, el
educador que ordene deberes bajo el formato de una pequeña investigación otorga
a sus alumnos un protagonismo educativo. Ellos defenderán en clase sus
disquisiciones y el docente luego corregirá los errores. Quien más se equivoca
más aprende y quien más corrige más enseña. La humildad se halla en ambos
bandos.
Quinta, un buen profesor debe saber defender los intereses de sus alumnos
por encima de otros malos maestros o educadores. Si ese aspecto llega a oídos
de sus alumnos, éstos sentirán un profundo respeto por su mentor.
Sexta, un buen docente educa también con el ejemplo. Con el respeto y los
buenos modales siempre estará en posesión de su autoridad. En todo caso, y si
un día fallara, demostraría ser imperfecto, algo que también mostraría su
humanidad.
Séptima, un docente debe siempre quejarse si el sistema educativo resulta
deficiente. Si cree que él o ella no deben elaborar tantos materiales
didácticos como muchas modas pedagógicas imponen, han de hallar argumentos y
razones para oponerse. En este sentido los profesores de Finlandia suelen usar
libros y manuales que han funcionado en otros cursos para sólo dedicarse a su
función esencial, transmitir conocimientos.
Octava, un educador experto debe mantener un buen orden y silencio en sus
clases para facilitar que sus alumnos se concentren y aprendan bajo un esfuerzo
menor que si la algarabía reinara la sala. Además un ambiente tranquilo permite
algo fundamental, el desarrollo sistemático de la lengua bajo el esfuerzo y la
perseverancia. En Estonia y Finlandia los alumnos se les enseña y obliga desde
infantil y primaria a permanecer atentos y quietos para aprovechar al máximo el
colegio y alcanzar la máxima comprensión lectora, algo fundamental ya que
aprendemos la mayoría de conceptos con palabras. Parece pues obvio que un
docente no debe aceptar que un alumno pueda molestar a los demás bajo simpatías
y privilegios. En tal caso los demás se verán animados a perpetrar lo que el
díscolo les mostró.
Y novena y última, un buen
docente debe informar de los errores escolares a los alumnos y a los padres de
éstos. La entrevista suele ser un buen puente de contacto.
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