Crea o no crea en los Reyes Magos, el 25 no es Navidad. Cuando uno mira un
pesebre observa una creación humana llena de elementos que nada tienen que ver
con los hechos históricos. Jesús no nació el 25 de diciembre, de hecho no se
sabe ni el mes ni el año en que ocurrió; tampoco se puede afirmar que lo
hiciera en Belén, algunos creen que fue en Nazaret, aunque recientes
excavaciones muestran que no existía tal población durante el siglo I; los
reyes magos, y según Los Evangelios, ni fueron reyes, ni tres, ni de tres
colores, ni se llamaron Gaspar, Melchor y Baltasar, todo ello formó parte de
añadidos medievales que quisieron regalar realismo al personaje de Cristo; por
otro lado la virgen María no fue virgen, hubo un error de traducción del griego
en donde ponía mujer por desposar; el nombre Jesús, Yeixua en arameo,
quizás fuera solo un apodo y no su nombre verdadero ya que significaba salvación; y por último Cristo jamás se
declaró hijo de Dios en Los Evangelios, su divinidad se acordó en el siglo IV
en el Concilio de Nicea. Vistos esos antecedentes cabe preguntarse, ¿qué se
celebra entonces por Navidad? Pues la verdad, sólo se me ocurriría una idea,
una mentira. La realidad es que ésta, y repetida durante dos mil años, ahora
nos parece real. En cierto modo la Navidad celebra dos cosas: la creencia
cristiana y nuestro sistema consumista. De todas formas hay otro objetivo de
esta celebración. Ésta la escuché durante la tutoría que un docente realizaba
poco antes de la milagrosa fecha, una estrategia que a su vez educaba a los
adolescentes. Este colega impartía clases en un centro de Granollers en la
provincia de Barcelona. Poco antes del inicio de las vacaciones les decía a sus
alumnos que con motivo de las navidades tenía un regalo para ellos y para sus
padres. Mientras dejaba a toda la clase con algún trabajo, hacía salir uno a
uno a sus alumnos y afuera les mostraba una caja cerrada.
Aquí tienes el mejor regalo para
tus padres.
El adolescente ansioso, abría la caja para hallar un simple espejo en donde
se veía a si mismo. Es decir que el mejor regalo de la Navidad era él en su
familia. Sin ella poco se puede compartir y celebrar. Por desgracia pocos
púberes entendían aquella metáfora.
En otra ocasión otro tutor de bachillerato planteaba la pregunta en medio
de la pizarra, ¿qué celebramos por
Navidad?, y empezaba a desmontar el fatuo nacimiento de Jesús, hasta les
habló que el 25 de diciembre era el aniversario de un dios pagano que el
cristianismo quiso asimilar sustituyéndolo por la natividad del mesías. En fin,
que se celebraba el nacimiento de Mitra, el dios de la tierra. Por tanto, ¿que
se podía hacer hasta tal sarta de mentiras si el 25 no era Navidad? Y las
respuestas surgían en muchas direcciones. Al final el buen pastor les conducía hacia
un mensaje, que todos los días deben ser Navidad para valorar la solidaridad
social y el amor entre amigos y familiares.
Una tercera tutoría que me sorprendió en Navidad fue la de un profesor de
filosofía que planteaba qué era la felicidad entre sus bachilleres. Las
opciones se iban anotando en la pizarra hasta llenar un buen grueso de
valoraciones como la salud, el dinero, el poder, las creencias religiosas o el
amor. Luego les preguntaba que qué daba más felicidad, lo inmediato o lo que se
conseguía con esfuerzo, a lo que los estudiantes se decantaban por el valor de
las cosas, lo deseado y alcanzado con la lucha. Al final les decía que sus
conclusiones ya habían sido propuestas hacía más de 2.400 años. La primera fue
postulada más o menos por Aristóteles, y la segunda por Platón con su teoría de
la privación. Entonces les dejaba ante otra cuestión, sus regalos de Navidad o
Reyes, que cuanta felicidad merecida habría en ellos y cuanto les duraría. Ante
tal pregunta les decía que no esperaba respuestas, que aquello era algo muy
personal que debían valorar ellos en su intimidad.
Otro profesor de filosofía
solía comentar a sus bachilleres que utilizaran esos días para meditar la causa
profunda de sus malos resultados. En ello planteaba varias cuestiones. La
primera, qué querían hacer con su vida, que si realmente el bachillerato era su
objetivo personal. Que en caso contrario averiguaran que deseaban realizar con
responsabilidad, ilusión y realismo. Si la respuesta ante las anteriores
cuestiones era continuar como bachiller, el adolescente debía afrontar una
segunda inquisición, ¿qué errores cometiste para encontrarte con los malos
resultados vigentes? Yerros que una vez detectados debían llevarle a proponer
opciones a la tercera cuestión, ¿cómo pensaba solucionarlos? Bajo las tres
preguntas anteriores se pretendía primero tratar al chaval como a un adulto ya
que en nada se hacía intervenir a sus padres en sus decisiones. Pero en segundo
lugar que hallara su camino personal y profesional si los estudios no obligatorios
no iban con él. Mejor tomar una decisión clara a principio de curso que esperar
al segundo trimestre cuando habrá pasado un tiempo perdido. Si se llega a las
vacaciones de Semana Santa con las tres dudas anteriores no resueltas, algo más
que los resultados del escolar ha fallado, también su capacidad de decisión lo
ha hecho.
Ara ja sí, BON NADAL benvolgut lector.
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