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lunes, 12 de diciembre de 2016

52. TUTORÍA NAVIDEÑA

Crea o no crea en los Reyes Magos, el 25 no es Navidad. Cuando uno mira un pesebre observa una creación humana llena de elementos que nada tienen que ver con los hechos históricos. Jesús no nació el 25 de diciembre, de hecho no se sabe ni el mes ni el año en que ocurrió; tampoco se puede afirmar que lo hiciera en Belén, algunos creen que fue en Nazaret, aunque recientes excavaciones muestran que no existía tal población durante el siglo I; los reyes magos, y según Los Evangelios, ni fueron reyes, ni tres, ni de tres colores, ni se llamaron Gaspar, Melchor y Baltasar, todo ello formó parte de añadidos medievales que quisieron regalar realismo al personaje de Cristo; por otro lado la virgen María no fue virgen, hubo un error de traducción del griego en donde ponía mujer por desposar; el nombre Jesús, Yeixua en arameo, quizás fuera solo un apodo y no su nombre verdadero ya que significaba salvación; y por último Cristo jamás se declaró hijo de Dios en Los Evangelios, su divinidad se acordó en el siglo IV en el Concilio de Nicea. Vistos esos antecedentes cabe preguntarse, ¿qué se celebra entonces por Navidad? Pues la verdad, sólo se me ocurriría una idea, una mentira. La realidad es que ésta, y repetida durante dos mil años, ahora nos parece real. En cierto modo la Navidad celebra dos cosas: la creencia cristiana y nuestro sistema consumista. De todas formas hay otro objetivo de esta celebración. Ésta la escuché durante la tutoría que un docente realizaba poco antes de la milagrosa fecha, una estrategia que a su vez educaba a los adolescentes. Este colega impartía clases en un centro de Granollers en la provincia de Barcelona. Poco antes del inicio de las vacaciones les decía a sus alumnos que con motivo de las navidades tenía un regalo para ellos y para sus padres. Mientras dejaba a toda la clase con algún trabajo, hacía salir uno a uno a sus alumnos y afuera les mostraba una caja cerrada.

Aquí tienes el mejor regalo para tus padres.

El adolescente ansioso, abría la caja para hallar un simple espejo en donde se veía a si mismo. Es decir que el mejor regalo de la Navidad era él en su familia. Sin ella poco se puede compartir y celebrar. Por desgracia pocos púberes entendían aquella metáfora.
En otra ocasión otro tutor de bachillerato planteaba la pregunta en medio de la pizarra, ¿qué celebramos por Navidad?, y empezaba a desmontar el fatuo nacimiento de Jesús, hasta les habló que el 25 de diciembre era el aniversario de un dios pagano que el cristianismo quiso asimilar sustituyéndolo por la natividad del mesías. En fin, que se celebraba el nacimiento de Mitra, el dios de la tierra. Por tanto, ¿que se podía hacer hasta tal sarta de mentiras si el 25 no era Navidad? Y las respuestas surgían en muchas direcciones. Al final el buen pastor les conducía hacia un mensaje, que todos los días deben ser Navidad para valorar la solidaridad social y el amor entre amigos y familiares.
Una tercera tutoría que me sorprendió en Navidad fue la de un profesor de filosofía que planteaba qué era la felicidad entre sus bachilleres. Las opciones se iban anotando en la pizarra hasta llenar un buen grueso de valoraciones como la salud, el dinero, el poder, las creencias religiosas o el amor. Luego les preguntaba que qué daba más felicidad, lo inmediato o lo que se conseguía con esfuerzo, a lo que los estudiantes se decantaban por el valor de las cosas, lo deseado y alcanzado con la lucha. Al final les decía que sus conclusiones ya habían sido propuestas hacía más de 2.400 años. La primera fue postulada más o menos por Aristóteles, y la segunda por Platón con su teoría de la privación. Entonces les dejaba ante otra cuestión, sus regalos de Navidad o Reyes, que cuanta felicidad merecida habría en ellos y cuanto les duraría. Ante tal pregunta les decía que no esperaba respuestas, que aquello era algo muy personal que debían valorar ellos en su intimidad.
Otro profesor de filosofía solía comentar a sus bachilleres que utilizaran esos días para meditar la causa profunda de sus malos resultados. En ello planteaba varias cuestiones. La primera, qué querían hacer con su vida, que si realmente el bachillerato era su objetivo personal. Que en caso contrario averiguaran que deseaban realizar con responsabilidad, ilusión y realismo. Si la respuesta ante las anteriores cuestiones era continuar como bachiller, el adolescente debía afrontar una segunda inquisición, ¿qué errores cometiste para encontrarte con los malos resultados vigentes? Yerros que una vez detectados debían llevarle a proponer opciones a la tercera cuestión, ¿cómo pensaba solucionarlos? Bajo las tres preguntas anteriores se pretendía primero tratar al chaval como a un adulto ya que en nada se hacía intervenir a sus padres en sus decisiones. Pero en segundo lugar que hallara su camino personal y profesional si los estudios no obligatorios no iban con él. Mejor tomar una decisión clara a principio de curso que esperar al segundo trimestre cuando habrá pasado un tiempo perdido. Si se llega a las vacaciones de Semana Santa con las tres dudas anteriores no resueltas, algo más que los resultados del escolar ha fallado, también su capacidad de decisión lo ha hecho.

Ara ja sí, BON NADAL benvolgut lector.

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