Pagar la hipoteca, las letras del coche, los créditos por los electrodomésticos e incluso aquellos caprichos que todos queremos nos llevan a ser unos esclavos del trabajo y de su reloj. O invertimos gran parte de nuestro tiempo en el mundo laboral o nos quedamos sin dinero. El escenario anterior presenta una contraprestación si se tienen hijos. Tanta esclavitud laboral por un salario que da de comer a los tuyos sirve al final para no poder atenderlos correctamente. Uno, y sin elegirlo apenas, se ha transformado en un familiar ausente.
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Yo no puedo estar por mis hijos, no
tengo tiempo. Trabajo mucho por ellos y así tienen lo que necesitan.
Tener un hijo implica quererlo y educarlo
dedicándole el tiempo de calidad que sea necesario, por desgracia nuestro mundo
laboral no siempre lo permite. Existen guarderías y colegios para nuestros
vástagos pero éstos jamás podrán sustituir el rol familiar. En Estonia y
Finlandia la administración promueve, ayuda, acompaña, refuerza e induce a la
familia hacia su papel primordial, el educativo, pero en España ocurre todo lo
contrario ya que el gobierno delega cada vez más dicha función al sistema
escolar. En fin que el sistema educativo español no es equitativo y depende en
gran parte del sistema familiar. Si padres o tutores saben preocuparse por la
enseñanza de sus hijos, las probabilidades de éxito escolar son casi del cien
por cien. Sólo aquellos casos excepcionales o clínicos se escapan a esta norma.
Visto lo anterior, los padres ausentes se hallan muy aislados con sus
hijos. Recuérdese que la llegada a la adolescencia conlleva la soledad
pubescente al romper la comunicación con los progenitores. Por eso los
adolescentes se abren a un grupo o banda, a unas nuevas amistades ávidas de
referentes. Si los padres ya pertenecían al perfil de los ausentes, el problema
se agrava exponencialmente en la pubertad. El zagal defiende entonces que ya no
es necesario explicar mucho en casa, que los padres no le comprenden y que se
puede pasar dócilmente de los estudios. En definitiva, la confianza mutua ya no
existe, el adolescente se cree con más derechos que obligaciones y los padres
han perdido toda comunicación y autoridad. Lo grave es que recuperar ese puente
es muy difícil si no existió durante la infancia. Algo que funciona muy bien, y
que ya se comentó en este sentido, es comer sin el televisor para potenciar la
conversación entre adultos y adolescentes. Por desgracia el progenitor ausente interviene poco en la vida
del hijo y delega mucho a terceros como tíos, abuelos, hermanos mayores o al
propio colegio. Los deberes escolares o las efemérides del día son escasamente
conocidas por éste, lo que trae consigo que el alumno no reciba felicitaciones
paternas por mérito alguno. El control de su entorno es muy bajo y el hijo se
halla con gran libertad de movimiento con la televisión, Internet, amistades o
paseos fuera de casa. A veces coincide este tipo de perfil con parejas
separadas y/o familias desestructuradas. Bajo un influjo así el chaval no suele
crear problemas de disciplina en el colegio pero cuelga los estudios sin hacer
ruido. Lo podríamos calificar de pasota
dócil. Nulo o inconstante en el trabajo escolar, recurre a cierto aislamiento
cordial con el grupo, un holgazán simpático. Puede incluso que se justifique y
te diga:
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No voy a estudiar porque quiero
trabajar, por desgracia hasta los dieciséis no me lo permiten.
En casa no insiste demasiado en que se le compre algo, está acostumbrado a
buscarse la vida y a no pedir a quien poco está en el hogar. Suelen desarrollar
más la introversión que la extroversión pero siendo fuertes psicológicamente.
El riesgo de fracaso escolar repitiendo curso es muy elevado. En fin, que para evitar ser un educador ausente,
y desde alevines, reorganice su horario laboral para aproximarlo al máximo al
de su pareja e hijos, lo contrario sería trabajar mucho para exigir más a los
otros por la educación de sus retoños. En caso contrario, y si le resulta
imposible, no se equivoque, no se crea culpable. Busque quien pueda acompañar
bien a sus hijos y en tiempos libres que vengan a usted.
Me contaban un día que un padre se exaltaba ante un
profesor diciendo:
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Mire Rabadà, yo trabajo mucho
fuera de casa para darle un futuro a mi hijo. ¿Quererlo? Él ya sabe lo mucho
que le quiero. Siempre he dejado que mi hijo sea responsable, pero es la
primera vez que me entero que se porta mal en clase – se refería a desafiar y faltar al respeto a los
docentes -. Cuando le pille en casa se va a enterar.
El chaval estaba incubando la adolescencia y ahora
empezaba a revelarse en contra de sus adultos. El padre, severo y preocupado,
intervenía en la educación de su hijo en momentos puntuales, es decir, cuando
las cosas se salían de madre. Cuando así lo hacía era de forma enérgica y
contundente. Él era un progenitor que pertenecía al perfil de los ausentes
parciales. Los padres dentro de esta tendencia son inconstantes en disciplina y
en tiempo de calidad hacia sus hijos. Esa contradicción de periodos de ausencia
y periodos de severidad traen consigo un adolescente confuso que desarrolla un
personaje provocador y ruidoso en el aula. Son padres que no suelen reír las
gracias de sus hijos y que no les justifican en demasía. De todas formas, y en
algunas ocasiones, desarrollan el papel de amigos de su prole comprándoles
algunos caprichos caros. En tal contexto no es de extrañar que
los púberes no entiendan los cambios de exigencia y de disciplina en el hogar,
situación que les empuja a ser provocativos y a tomar sus decisiones
independientemente de las consecuencias que con ello puedan sobrevenirles.
Hoy salgo con mis amigos aunque
me lo prohíbas.
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