Muchos docentes opinan que algunas teorías educativas no les permiten construir un mundo mejor desde la enseñanza. De hecho poca gente contrasta estas teorías con datos reales. Para mejorar el sistema educativo son necesarias más demostraciones y menos opiniones. Hay que observar los hechos probados y sistematizarlos. He aquí cartas de prensa, artículos en los medios y capítulos numerados que ofrecen un amplio corolario de datos contrastados para mejorar realmente la enseñanza y la sociedad.
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lunes, 20 de enero de 2014
FRACASO ESCOLAR O FRACASO POLÍTICO (7)
La reunión con los padres
Otra fase del curso inicial es la reunión entre tutor y padres. Suele convocarse a finales de septiembre cuando ya se llevan unas semanas de clase y los chavales ya van un poco rodados. Allí se informa a los progenitores de diversas particularidades del curso y del colegio. Puede que se les explique el horario escolar, las excursiones previstas, la normativa del centro, los días festivos, los periodos vacacionales, las materias que se impartirán y otras patochadas que emanan humo y esconden lo esencial, qué debe ser el tutor ante sus hijos. En ello algunos docentes lucen grandes discursos sobre normativa y objetivos, algo lleno de grandes qués pero sin los comos necesarios y aclaratorios que los padres necesitan. Este tipo de tutores grandilocuentes suelen mantener tics gestuales y del habla para agarrarse a algo ante su inseguridad. Puede que no tengan claro lo que deben decir a los padres y que se aferren al guión que dirección les ha mandado representar. Hasta quizás les verá brillar la frente de sudor durante toda la sesión y andando en círculo o de adelante para atrás disimulando sus nervios, signo inequívoco de su inseguridad ante los padres, y posiblemente antes los alumnos.
Otros profesores más versados van al grano y rompen parcialmente con el protocolo que se les ha dado, el guión de dirección, y con sinceridad cuentan a los padres, como son y lo que pretenden ser con sus hijos. Para ello, y antes de la reunión, este tipo de tutores habrá marcado lo más relevante del guión entregado, numerando los diferentes puntos por orden de prioridad y obviando otros innecesarios durante el encuentro. El horario, los trimestres y los festivos ya se lo anotaron los hijos en la agenda durante la tutoría inicial y puede darse fotocopiados a los padres sin más comentarios para dirigirse al meollo de la reunión.
Un tutor que conocí comenzaba la reunión hablando de lo fundamental entre padres y colegio para educar a sus hijos, la confianza. Esa era una buena forma de empezar para luego proseguir con los pormenores del guión de dirección. En ese sentido lo primero que instaba era que los padres no vinieran a quejarse del colegio durante el primer trimestre, que dejaran ese margen de tiempo para que profesores y alumnos se adaptaran al nuevo curso y con ello limaran esas asperezas al no conocerse todavía. En definitiva, les pedía que confiaran en el claustro de profesores. Muy a menudo aparecen padres en los institutos a pedir explicaciones por un presunto castigo injusto. En tal caso instaba a los progenitores a no quejarse todavía, que esperaran a conocer a los diferentes profesores. A lo sumo, y si el problema persistía, durante el segundo trimestre, y si así lo creían conveniente, concertaran entrevista con el tutor.
Una ansiedad excesiva en obtener explicaciones sobre las decisiones escolares genera dos problemas educativos de raíz. El primero es que no se ha confiado de antemano en los profesores y el segundo que el alumno se da cuenta que le hacen caso enseguida, haya sido castigado o no injustamente, y aprende rápido a manipular las situaciones a su favor entorpeciendo el objetivo entre padres y docentes, educar. Las visitas paternales tempranas de curso pueden promover hijos que manipulen a los adultos en su favor pero en contra de su educación. En caso extremo, y si uno decide quejarse, su visita al centro no debe ser sabida por su hijo, ya se dijo que eso desautoriza al tutor o docente frente a los alumnos. Esto también sirve entre docentes ya que un profesor no debe interceder en aula ajena en condiciones normales. Por ejemplo, alguien se quejó a su tutor que su grupo era muy ruidoso, que charlaban demasiado. Ante tal queja el tutor le contestó que si quería podía interceder, que les abroncaría, pero que si lo hacía muy probablemente perderían el respeto hacia ese profesor al verle débil. Los educadores, padres, docentes u otros, no deben cambiar las decisiones tomadas por una parte sin un consenso previo. Un maestro no puede cambiar la fecha de un examen de otro docente y aún menos retirar el castigo de unos padres. En condiciones normales hay que acatar y apoyar lo decidido por los demás educadores. Luego siempre se está a tiempo de hablarlo en la más estricta privacidad y rebajar o no lo impuesto.
El discurso de mi docente ante los padres no se apeaba aquí. Para reforzar lo que se dijo a los alumnos durante su primera tutoría, se repetía también a los padres. Si en clase se argumentó que un profesor no es amigo de los alumnos pero tampoco enemigo, aquí tenía aún más fuerza, sólo que al final el tutor añadía que los padres tampoco debían ser amigos de sus hijos ni enemigos, son sus padres y como tales son únicos y exclusivos. De amigos y enemigos sus hijos conocerán a muchos, de padres sólo a los suyos. En este sentido, un argumento demoledor en contra la amistad entre educadores y alumnos me la ofreció un periodista y viejo amigo mío. Él me contaba que con su hijo de seis años mantuvo la siguiente conversación:
- Yo hijo mío – le decía el padre -, quiero ser tu mejor amigo.
- No papá, tú no puedes ser mi mejor amigo.
- ¿Por qué?
- Porque eres mi padre y eso es más importante que ser amigo.
- ¿De dónde has sacado esto?
- Pues que de padre sólo tengo uno y de amigos muchos.
En fin, que ser padre o madre era más que único, era exclusivo y rebasaba el sentimiento de amistad. Pero lo mejor vino 20 años más tarde cuando en otro encuentro mi amigo añadió algo envidiable, el mismo hijo volvió a sorprenderle:
- Padre, estoy muy contento que ahora, y como adultos, los dos sí seamos amigos.
Y es que habían pasado lustros suficientes para comprender con madurez el concepto de amistad entre padre e hijo. Por dicha razón el mismo tutor que antes les mencionaba añadía algo a su arenga final al respecto. Después de detallar todos los pormenores del curso ofrecía la siguiente conclusión sobre la confianza pero no amistad entre padres, docentes e hijos.
<< Ustedes como padres y nosotros como profesores debemos mantener un frente unido ante nuestros chavales a través de la agenda, entrevistas, teléfono o Internet. Ambos somos educadores, no amigos ni enemigos de los hijos. Sino mantenemos un frente unido ellos aprenderán pronto a manejarnos, a dividirnos y a hacernos fracasar como educadores suyos >>
Cabe añadir que en la reunión anterior un mentor hábil no debería superar los 45 minutos en explicaciones. Piense que 30 es poco y una hora cansa. Tres cuartos de hora permiten unos minutos extras para dudas, charlas en privado y demás ajustes entre tutor y asistentes. Ahora que comience el curso.
Las primeras clases
Decía el escritor Fernando Savater que los maestros deben ser conservadores hoy por rectitud de conciencia para que algunos alumnos puedan ser mañana revolucionarios con conocimiento de causa. Un objetivo fundamental del aula es dar conocimientos para que los alumnos desarrollen criterios propios y veraces. El paraninfo escolar por tanto no debe ser un lugar donde predomine el estruendo, la distracción y la algarabía. De ser así no se enseñará ni educará a los retoños para que piensen por si mismos, en todo caso se les estafará con una educación de pan y circo. Se insiste, desconfíe del mentor que es colega y divertido durante los primeros días. Al final el grupo se le convertirá en una jauría y poco podrá enseñar a los escolares. Mejor caer algo serio al principio y no ser colega de los alumnos, para, y en caso de hacerlo bien, que le quieran después. Uno puede detectar que docentes ofrecen esa distancia inicial a través de las conversaciones con su hijo. Para ello, todo profesor debe infundir una serie de objetivos que permitan que una clase funcione y que llegue a crear alumnos con criterio. Estos objetivos son el orden en clase, la memorización de conceptos esenciales, la síntesis entre estos y el esfuerzo personal bajo la humanidad y el buen trato en todo ello. Veámoslos uno a uno.
Orden en el aula
El primero de los objetivos para llevar bien el aula es el orden en la misma. Como padres no deberían aplaudir a docentes que permiten la charla y el paseo de sus hijos por la clase, eso anima al desorden y al distraigo. Un versado profesor debe hacer que predomine el silencio y el orden durante sus sesiones, no el desorden y la distracción. El orden permitirá que los escolares se concentren, se motiven y aprendan. Para gritos y divertimentos ya existen los patios, los debates matinales y la telebasura. Para mantener el orden hay muchas estratagemas que todo buen docente sabe aplicar. Durante los siguientes párrafos detallaremos algunas de ellas.
Antes de entrar en el aula un docente astuto sabe muy bien como debe acceder a ella. Quien considere enemigos a sus alumnos se equivoca y va con tensión hacia el patíbulo, hacia el aula, pero quien recuerda que él también fue adolescente como sus alumnos, gana gran parte de la partida. En tal caso le vendrá a la memoria que al profe inseguro y nervioso se le atacaba mientras que al firme y tranquilo se le respetaba. Por tanto siempre se debe entrar relajado y tranquilo entre los alumnos para que éste estado les inbuya igual condición a ellos. Si el docente entra tenso suele inyectar eso mismo entre los escolares. Aplauda pues a los docentes con fama de entrar tranquilos y relajados en el aula, señal inequívoca que sabrán infundir igual actitud entre sus hijos. Esa paz al entrar también proyecta señales de seguridad en lo que se va a impartir. Ellos, los alumnos, saben captar esa bondad con autoridad del docente experimentado, algo que les infunde respeto y tranquilidad. Al docente histérico nadie le hace caso, es más, se ríen y mofan de él.
Algo muy efectivo para iniciar el silencio en el aula lo vi de bachiller con mi profesor de Geología. Éste entraba entre nosotros sin mostrar enfado alguno por nuestra algarabía. Llegado a su mesa se sentaba, y en voz baja y relajada, comenzaba la clase. En menos de un minuto lograba que atendiéramos y que en la siguiente sesión estuviéramos en nuestro puesto a la espera de sus explicaciones. Otros desafortunados docentes optan por alzar su chillido entre el aullido de los escolares. Una práctica así cansa, enerva y resulta un craso error en el Bachillerato. Cuando un profesor intenta forzar sus cuerdas vocales por encima de la de los alumnos aparece una voz irreal que éstos se toman a cachondeo. Por tanto no hay que alzar la voz en el aula para evitar ese falsete. Ese tono agudo altera más a los adolescentes y les crispa más que no ayuda, algo que a su vez les anima más a la charla. Inconscientemente ellos sienten que son el centro de atención y no el docente. Para cambiar tal percepción un profesor diestro debe impartir la clase hablando en tono relajado, vocalizando sin prisas y dejando pausas serenas entre concepto y concepto para poder respirar. Permanecer toda la clase con taquilexia, nervios y ese eterno chillido altera a los púberes al intentar estar por encima de su ruido. Un buen profesor primero impondrá su silencio y después comenzará la clase.
En ciertas tutorías, y para potenciar el silencio y la concentración, se introducen pequeñas prácticas de relajación, análisis interior, ejercicios de recuerdo, audición de música suave, toma de conciencia del cuerpo, ejercicios de respiración y meditación. Luego se pasa a un rato de lectura para que el alumno se de cuenta de lo importante que es su silencio y el de su alrededor para captar mejor y disfrutar de lo que le rodea.
De todas formas la atención no se logra tan fácilmente. Me cuentan algunos profesores de universidad que muy a menudo los nuevos jóvenes asisten a las clases sin atender a las explicaciones al charlar entre ellos. Añaden que en caso de preguntar lo hacen interrumpiendo al docente y sin levantar la mano. Quizás eso no se enseñó en el instituto. Durante las clases, y para mantener el orden, es bueno exigirles a los adolescentes que levanten la mano antes de preguntar, la izquierda o la derecha, da lo mismo. Con ello no se pretende nada fascista ni comunista, todo lo contrario, sólo se desea que haya un orden de preguntas y que los treinta alumnos del aula no lo hagan a la vez, algo imposible de atender por un solo profesor. Un buen truco que observé en una clase fue que si varios estudiantes levantaban la mano, el docente les daba un turno a cada uno y así todos las bajaban para así relajarse en espera de su número de cola. Eso daba orden y tranquilidad en el aula.
Suele ocurrir que los púberes suelen ser muy ansiosos ante una demanda. Cuando preguntan en clase quieren que se les responda de manera inmediata, algo que no permite que apunten ni piensen las ideas con orden. En ello había una rima que utilizaba un profesor de Cerdanyola del Vallès. Éste les decía apunta y después pregunta, para así evitar la ansiedad de algunos y afianzar bien los conocimientos en sus anotaciones. Una vez el escolar había apuntado la explicación, el profesor atendía la duda.
Algo que permite que en el aula se relajen y mantengan el orden son las anécdotas, es decir, los paros sin necesidad de apuntar. Un profesor de naturales utilizaba en gran medida sus viajes por el Tercer Mundo para ofrecer esos paréntesis que los alumnos agradecían. Pero no los daba a cualquier precio, sólo si la clase estaba en orden y en silencio. También otro profesor de bachillerato comentaba las ideas de filósofos en medio de sus clases de matemáticas, algo que chocaba a los alumnos, ¿qué tenía que ver Aristóteles y Platón con la ciencia? La anécdota en la ESO o Platón en Bachillerato sorprendía a los escolares a cambio de su atención y orden en clase. Mezclar asuntos de disciplinas distintas sin aparente relación, llama su curiosidad y les quita las ganas del desorden. Bajo esta estrategia la tutoría puede entrelazarse con la historia, la filosofía con las matemáticas y los hábitos con las naturales. Hablar del Tercer Mundo en tutoría tras previa clase sobre países africanos refuerza la sensibilidad del alumno, comentar que algunos pitagóricos se suicidaron al descubrir los números irracionales sorprende al más pasota, o discutir lo pernicioso que puede resultar el tabaco después de una clase sobre el sistema respiratorio hace que el mensaje en naturales llegue más claro.
Pero muy a menudo el problema para mantener el orden en el aula es la cháchara que algunos alumnos se niegan a abandonar. Hacerles mantener el silencio y el respeto hacia los que sí quieren atender resulta algo muy complicado. En cursos con buena atención como suelen ser muchos bachilleratos, el retirar la palabra si uno chismorrea demasiado suele ser efectivo. Pongamos el caso que se lleva avisando varias veces a un alumno por sus chácharas con el de al lado. En el momento que éste pide ayuda, pregunte o quiera aportar un comentario, se le deniega el derecho a la palabra. Con simpatía, para evitar rebotes, se le dice, antes ya te he avisado, hablabas, pues ahora no tienes voz en clase. El alumno debe ganarse ese derecho y no vivir de regalos. En grupos más díscolos la sanción justa y el ganarse poco a poco al grupo resulta mano de santo. Si ellos creen y confían en el docente, le siguen en el silencio y el orden requeridos. El castigo debería ser lo último para lograr el orden en clase. De todas formas el docente no debe esperar demasiado en el uso de tal herramienta si desconoce todavía a sus alumnos. Si se detecta un profesor que genera orden y no castiga, ese es un buen docente, controla al grupo con su autoridad (autoritas ganada en el aula) y no con su autoritarismo (potestats que el sistema debería otorgar más al docente). Por tanto, no piense que sea un profe progre y colega, seguro que al principio de curso impuso su disciplina de alguna manera. En eso los educadores deben decretar la sanción en el momento justo de la infracción y no esperar a luego porque luego será jamás y el adolescente habrá perdido la noción del error que cometió. Muchas veces por devaneos burocráticos se expulsa a un escolar semanas más tarde de su pecado y éste muestra una reacción iracunda al creer menos grave la falta cometida. Se puso tierra por medio y el adolescente perdió la trascendencia real de lo que perpetró. Cabe añadir que los púberes viven más en el presente que en el futuro y que sus acciones inmediatas corren rápidamente al cajón del olvido o de la deformación subjetiva. Por tanto, el castigo inmediato les guía y educa en contra de corrientes paracientíficas que desaconsejan el uso de tal estratagema. De hecho, y se decía por los años noventa, que el hombre es la única especie que castiga, lago falso y totalmente falaz si consultamos los datos de la etología animal. Es más, según un artículo publicado en la prestigiosa revista Nature en el año 2007, se demostró que nuestro cerebro, como la del resto de mamíferos, ostenta regiones especificadas y adaptadas al castigo. Otra moda en contra del castigo oraba que los niños nacen buenos pero que la cultura lo vuelve malos. En un Science del año 2000, Tremblay y otros autores publicaban un amplio y detallado estudio en donde describían que entre los 20 y los 132 meses de edad, los comportamientos agresivos en los patios escolares descendían vertiginosamente, es decir, que la educación los hacía mejores, los templaba. Eran los educadores, quienes al intervenir en casos de patadas, empujones e insultos, imponían su autoridad provocando que los chavales adoptaran prácticas más civilizadas. Nuestra tendencia innata al egoísmo, a las fechorías y a las trampas resulta algo intrínseco. Según un artículo de Zhong y otros autores publicado en la revista Psychological Science del 2010, quedaba demostrado que los humanos tendemos a perpetrar trampas en los juegos si la oscuridad nos rodea. En otro estudio de Keizer y otros colaboradores para la revista Science en 2008 se llegaba a la conclusión mundial que los humanos tendemos a saltarnos las normas en un 70 por ciento de los individuos, mientras que tan sólo un 30 las cumple a menudo. De ese 70, más de la mitad incumple las reglas al apuntarse a lo que hace la mayoría y un 30 lo perpetra sistemáticamente. En otro artículo firmado por Buckholtz y Meyer-Lindenberg en la revista Trends in Neurosciences del 2008, se describían más de 14 genes que controlan la agresividad en los humanos de tal forma que si por ejemplo tienes el gen MAOA-H (monoxidasa H), y has sufrido maltratos, aun así desarrollas comportamientos pacíficos y solidarios. Si por el contrario careces de él, sólo una buena educación corrige tu tendencia
En resumen, nuestra genética codifica de manera innata nuestra agresividad y malos actos aunque nuestro cerebro está adaptado a la sanción social para corregir estas tendencias. En esto último el castigo modula nuestro comportamiento, reduce nuestro egoísmo individual y favorece el bien común social. Visto pues que la maldad, el egoísmo y el mínimo esfuerzo en cumplir las reglas contiene una clara carga innata en nuestra especie, sólo con educación y moral sancionadoras se corrige tal tendencia. La escuela, por tanto, debe aplicar límites y castigos sin dejarse llevar por modas paracientíficas anticastigo que en nada hallan pruebas. Es importante, por tanto, que en clase se dictamine la sanción en el momento de producirse el incidente y que no se dé demasiados argumentos ya que el escolar está alterado, el delito es reciente y la pistola humeante. Poco puede decir el púber en su defensa. Pero, y llegada la calma, debe ofrecerse diálogo y reflexión al rapaz. Aquí sí que valen las argumentaciones necesarias, pero no se pase, con unos minutos basta. Hay que tratarles como un adulto, ellos lo desean. Para ello el educador tiene que ser sincero y explicarle la verdad. Un profesor de Barcelona en eso era muy cristalino. Ante un alumno muy díscolo, y si este aceptaba escucharle pasado el vendaval de la sanción, le contaba claro y sin dulzuras lo que se decía de él entre los profesores, padres y compañeros de clase. Añadía que su perfil era el típico de alguno de los diagnósticos de moda por los psicopedagogos, y le preguntaba al alumno si él era eso, una caso previsible, un ejemplo más de esa situación, que si quería cambiar estaba en su mano, en otro caso sus coetáneos seguirían pensando de él siempre lo mismo, que era el prototipo de algo predecible. Téngase en cuenta que los adolescentes lo que quieren ser ante los adultos es todo menos previsibles. En su naturaleza está el ímpetu del cambio, no el de lo conservador, ¿acaso piercings y tatoos se dan hoy en ancianos de ochenta años?
En sus ansias de mejorar el mundo, la urbanidad no está reñida con el mundo de los adolescentes. Un ejemplo importante de ello se da en la puerta del aula, algo que nos sirve de nuevo para ilustrar como infundir orden en la misma. En caso de retraso o entrada de un alumno en medio de una clase, éste debe llamar a la puerta. No es nada atávico ni pasado de moda, simplemente es práctico. Quien entra debe avisar de su intromisión para prevenir que la clase va a interrumpirse temporalmente. Luego, y en privado, debería acercarse al docente para exponer la razón de su entrada, retraso o encargo. Un docente que procure por el orden en el aula exigirá tal protocolo. Un tutor de Valls en la provincia de Tarragona reaccionaba de la siguiente manera si el alumno no llamaba a la puerta. Con buen humor y desenfado, le explicaba el protocolo requerido, le pedía que saliera del aula y que repitiera la entrada tal como se había indicado. En esta nueva ocasión el docente teatralizaba la llegada con un, buenos días, ¿cómo tú por aquí? La clase se reía y aprendía. El humor en todo esto resulta fundamental. Todos los humanos interpretamos de manera innata muchos signos, uno es la sonrisa. Recuerde que ésta desarma y en cambio las cejas juntas ponen a la defensiva. Mejor escenificar un monólogo al mejor estilo Buenafuente donde la clase preste atención que no una pelea que correrá por todo el instituto bajo los más grises comentarios, en fin mejor caer en gracia que en desgracia. Un buen chiste al volver a casa suele no recordarse, una contienda es parloteo de días.
Hablando de urbanidad y orden en el aula, otra de las grandes peticiones olvidadas y que lubrifican cualquier tensión es el por favor. Estos dos vocablos casi se han extinguido en algunos hogares y aulas. A un docente no debería causarle pereza ni usarlos ni exigirlos a sus alumnos. Estas dos palabras, por favor, relajan al preguntado y facilitan cualquier demanda por parte de quien sea. En clase el por favor debería anteceder ruegos e instancias de nuestros escolares por el simple hecho que facilita el acceso a lo requerido. En sentido muy parecido hay otra palabra exigible a los chavales que resta ansiedad y presión al final de un conflicto, el vocablo perdón. La disculpa sigue igual derrotero que lo anterior.
Y llegamos a otro truco para crear orden en el interior del aula, el tempo entre explicaciones teóricas, momentos de descanso y actividades de aprendizaje. La trilogía anterior resulta crucial para encumbrar la cima del orden en clase. Si el docente no equilibra los tres espacios mencionados, explicaciones, descanso y actividades, los alumnos se le cansarán a media sesión y dejaran de prestarle atención. Lo que sigue no es taxativo, pero sí es aconsejable. En primer ciclo, primer y segundo de la ESO, 20 minutos de explicación, 20 de actividades y 20 de corrección y dudas. Recuérdese que la palabra juego la agradecen mucho y que no les han acostumbrado a largos tempos de concentración ni a muchos deberes en casa. En segundo ciclo, tercer y cuarto de la ESO, de 30 a 40 minutos de explicación y el resto ejercicios con correcciones y deberes para luego. En bachillerato y ciclos formativos se puede pasar de los 40 minutos y delegar gran parte del trabajo en casa, tanto de deberes como de ampliación de apuntes. En todos los niveles hay que añadir esas pizcas de descanso con anécdotas, comentarios u observaciones sin necesidad de apuntarlas o trabajarlas en clase. En ese intervalo un docente puede mostrar su lado personal y humano que entable empatía con los alumnos. Hablar de una experiencia cuando él era adolescente, de un viaje o de una situación histórica por el testimoniada puede llamar la atención de su alumnado, pero alto, no se debe pretender que le admiren, sólo que confíen en él. Fantasmear ante los chavales no sería digno de un buen docente, no daría ejemplo de humildad. Siempre bajo la modestia, y para potenciar el respeto hacia los docentes, es útil hacer descubrir a los estudiantes los méritos personales de los profesores del centro. Ello despierta su respeto y admiración. Lo mismo sirve hablar bien de otros docentes ante los alumnos vanagloriando sus méritos.
<< El profesor Riduestre colabora a menudo con una ONG visitando Madagascar, y de ello tiene publicado un libro>>
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