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miércoles, 25 de enero de 2017

64. ¿PROFES COLEGAS DE LOS NIÑOS?

Jesús decía de los niños, dejad que se acerquen a mi, pero no que le tomaran el pelo. Hay expertos que pregonan la igualdad entre alumnos y profesores bajo el precepto que se debe enterrar aquel docente franquista autoritario de antaño a cambio de potenciar la democracia vigente. Lo curioso del caso era que el enseñante autoritario que estos teóricos destruyen jamás fue franquista, ya existía en la república, e incluso mucho antes en Babilonia. La escuela de la disciplina y el orden extremo se creó mucho antes que la Guerra Civil dejara el país en manos franquistas. Republicano, fascista o anterior, aquel colegio de golpes y tortas era un extremo que quienes las recibieron pensaron en extinguir. Por eso ahora hay algunos pedagogos teóricos que defienden que los docentes jamás deben proferir presiones a los alumnos, todo lo contrario, que deben argumentar y dar todo tipo de explicaciones a los escolares ante cualquier decisión que les afecte. Insisten estos expertos que el esto se hace porque lo dice el maestro, debe extinguirse por completo para que los profesores se transformen en alguien cercano a los alumnos, es decir, un profesor progre y amigo de sus alumnos. Ya se sabe que ser colega de un menor no asegura su confianza. Si un adolescente ve a un adulto como a un camarada difícilmente le hará caso ante una orden o una sanción merecida. Y no se está hablando de pegar a los alumnos, algo que la ley ya prohíbe, sino de no dirigirnos al otro extremo, el de unos docentes camaradas. Y ojo, que entre amigos también se las dan y se condena.

En un instituto de Gavà en Cataluña hubo un profesor de historia que les comentaba a los chavales que los porros no eran malos, que no enganchaban, que su hija los había fumado y que nada malo le había ocurrido. Añadía que el hachís no era el camino a otras drogas duras. Durante las excursiones si los alumnos fumaban marihuana, este docente miraba hacia otra parte. Además su forma de evaluar era del todo progre ya que sólo exigía trabajos sin examen alguno dedicando gran parte de las clases sólo a ver películas. El se proclamaba a si mismo anarquista aunque votara a otros partidos y defendiera el comunismo entre sus alumnos, algo nada objetivo en sus clases de historia. Su afán de protagonismo entre sus estudiantes le llevaba a mantener amistad, según él, con sus jóvenes adolescentes. Su perfil colega y cercano a los alumnos le llevó a liarse con una de sus alumnas veinte años más joven. En fin, que por huir del autoritarismo arcaico escolar se llegó al otro extremo de la balanza sin quedarse en el término medio, la autoridad docta y objetiva, que no el autoritarismo. En fin, este profesor amigo adoctrinaba y manipulaba a sus escolares, o dicho de otra manera, abusaba de su posición superior en conocimientos y autoridad.

Conseguir que un grupo de adolescentes crea en un adulto reviste todo un arte que el educador debe manejar con gran pericia. El docente amigo de sus alumnos difícilmente alcanzará tal cima educativa, aunque si podrá manipular y adoctrinarlos. El secreto de ser justo y enseñar verdades reside en ser objetivo y saber imponerse ganándose su confianza. Si los alumnos así acceden, se hallan ante una autoridad sin autoritarismo aunque pudo haberlo inicialmente. Por desgracia la igualdad entre educadores y escolares que defienden algunos expertos es una utopía que ha hecho mella en los alumnos.

-        Se lo diré a mi padre y ya verás como te pondrá luego el consejo escolar – amenazaba un escolar a un docente.

La democratización del aula, con su consecuente ausencia de autoridad, también llega a veces a la familia. Algunos padres influenciados por este progresismo mal entendido afirman que son muy amigos de sus hijos, en fin que la democracia se comprendió fatal. Para votar hay que saber y ser adulto, ¿o acaso defenderemos que nuestros alevines puedan votar al presidente del gobierno?, ¿se imaginan lo fácil que sería manipular su voto? Ocurrió por los años veinte en Estados Unidos que el candidato a la presidencia, el demócrata William Jennings Bryan, manipuló la educación en muchas escuelas. Éste presidenciable afirmaba que la Teoría de la Evolución de Darwin era falsa en defensa del creacionismo. Hoy en día, y por culpa de esa manipulación, en Arkansas, Tennesee y Mississippi un cuarenta  por ciento de los alumnos de entonces cree que hace unos 10.000 años Dios lo creó todo. Es obvio que jamás deben confundirse esos dos mundos en la educación, el de los educadores que deben enseñar realidades y el de los escolares que deben aprender sin manipulaciones. Los primeros poseen libertad a cambio del peso de las obligaciones, los segundos deberían aprender el equilibrio entre ambas. Como dijo el escritor Fernando Savater.

Los maestros deben ser conservadores hoy por rectitud de conciencia para que algunos alumnos puedan mañana ser revolucionarios con conocimiento de causa.

No es aconsejable que seamos colegas de los adolescentes ni que los docentes lo sean también. En el tan aplaudido modelo finlandés y estoniano se practican tres premisas que les otorgan el mayor éxito académico de toda Europa, su conservadurismo, su profesionalidad y su autoritarismo. En los modelos educativos anteriores no se cometieron los errores de nuestro país. Cabe indicar aquí que en el aula no deben confundirse los siguientes conceptos. Lo que viene a continuación es del profesor Ricardo Moreno.

Primero, la flexibilidad de las normas que defienden algunos pedagogos no debe confundirse con la ausencia de éstas. Muy a menudo durante los botellones que cada jueves suceden en la Universidad Autónoma de Madrid se opta por permitirlos con una brigada de limpieza que borra toda huella del delito.
Segundo, tolerancia no significa permitir la falta de respeto ya que tolerar no es educar en libertad, es educar bajo la dictadura del capricho.
Tercero, un educador cercano a sus estudiantes no es un colega, simplemente es quien irradia empatía y confianza, no tolerancia.
Cuarto, facilitar el aprendizaje no se corresponde con el sobreproteccionismo. En muchas ocasiones vemos como muchos padres acompañan a sus hijos en selectividad o en las colas de matriculación universitarias.
Quinto, amenizar las clases no implica una educación sin esfuerzo ya que sin éste no se valora lo que se aprende ni quien te lo enseña, el docente.
Sexto, promover la participación en las clases no equivale a que todos opinen de todo ya que todo no lo saben y sin conocimientos difícilmente se puede argumentar correctamente.
Y séptimo y último, aprender por competencias jamás debió significar la rebaja de los contenidos ya que se menosprecia la memorización de los mismos.

Recuerdo el caso de una profesora de primero de la ESO que para dejar clara la distancia entre educador y estudiante, pero sin imponer disciplinas arcaicas, se inventó un sistema del todo curioso y eficaz, los puntos verdes y naranjas. Con la lista de clase colgada en el tablón del aula, iba poniendo puntos de clorofila o de mandarina según lo aplicados que resultaban sus preadolescentes, verde para lo positivo, naranja para lo fallido. Al final ellos mismos, con o sin resquemor, iban al tablero y se autoadjudicaban sus puntos. Jamás la susodicha profesional utilizó tal competición para imponer notas, sólo resultó un juego en donde los infantes comprendieron sus obligaciones en el aula, no la democracia estatal de sus adultos. Un sistema de enseñanza es democrático si asegura que no deja atrás a sus aprendices, algo que Finlandia y Estonia tienen muy claro. Y por cierto, nuestra democracia no es tal ya que el pueblo manda bien poco. Si impusiéramos el actual modelo democrático entre profesores y alumnos estos últimos todavía serían menos de lo que realmente son.

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