Existe un corolario de asesores pedagógicos que sin dar muchas, o ninguna clase, lucen su título de magisterio, pedagogía, sociología, sicología u otras ramas ante quienes les preguntan sobre educación. Otros, que no poseen licenciatura ni grado alguno, se llaman a si mismos expertos en educación y andan también regalando sus consejos. Añadamos a todos los anteriores un buen grueso de docentes que sin gustarles el aula y sus alumnos, logran abandonarla para impartir cursos de como dar clases a quienes se quedaron en ella y que sí saben hacerlo. Todos estos fugitivos de la tiza ofrecen orientaciones a políticos, docentes y padres aunque no hayan trabajado un largo tiempo con adolescentes en el aula. En fin, olvidaron, o jamás supieron, que la práctica de la Enseñanza Múltiple Contrastada siempre fue el mejor máster en educación para poder aconsejar a los demás. Por desgracia, y en asuntos de práctica, muchos teóricos, con o sin título, cojean en demasía. De asesores educativos buenos de haberlos los hay, pero éstos saben muy bien lo que es dar clase a treinta escolares por aula durante más de veinte horas por semana. El resto, los malos, discurren por centros, partidos políticos y hasta en el propio Ministerio como carroñeros de defectos en donde aferrarse para succionar el sueldo que se les paga. En el argot empresarial se les cataloga, con mi más humilde perdón hacia los insectos dípteros, de moscas cojoneras, aunque en el argot escolar se les bautiza como pedagogós, pedabobos o hasta de parásitos educativos sean algunos pedagogos, psicólogos, sociólogos, docentes que lo dejaron, teóricos sin titulación, economistas, abogados y escritores. Véanse para los últimos tres ejemplos claros: Sebastián Barajas, Eduard Punset y Paulo Coelho. Todos estos expertos poco conocen la realidad diaria de un aula pero se proclaman expertos en ello. No es de extrañar que afirmen que memorizar no sirve para nada (Sebastián Barajas), que Uri Geller debe ser un referente educativo (Eduard Punset) o que el niño debe encontrar los conocimientos en su alma (Paulo Coelho). En definitiva, si en su centro existen en demasía estos supuestos expertos mal va dirección. Muy probablemente el equipo directivo no sepa cómo resolver los asuntos que debería saber y ha contratado a alguien externo para ello. Sería como si trabajara de arquitecto y contratara a un albañil para diseñar un rascacielos, o como si el ministerio de sanidad estuviera en manos de curanderos. Desgraciadamente eso mismo le ha sucedido a nuestro sistema educativo. Atienda a los siguientes ejemplos ocurridos en distintos centros.
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Acordamos que los alumnos no podrían ir al baño a beber
agua durante las clases – sentenció la asesora pedagógica sin titulación durante una reunión de
profesores en Cerdanyola del Vallès -. Y hay que dar ejemplo de ello, los
profesores tampoco podéis.
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Perdón – intervino uno de los docentes -, yo siempre voy
tomando sorbos de agua en el aula.
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Pues si los alumnos no pueden, nosotros no deberíamos dar
mal ejemplo, ¿entiendes?
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Sí, pero el curso de foniatría que nos aconsejaste el año
pasado nos informó que para evitar afonías, pólipos y otras patologías en la
voz, debíamos beber agua para humectar la garganta durante las clases.
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Ya lo preguntaré – con cierta rabia interna - y os daré
una respuesta en la próxima reunión.
Y no hubo respuesta en la siguiente sesión. Parece claro
que algunos asesores pedagógicos les pesa más la invención que la práctica.
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Para imponer una mayor disciplina en el centro –
sentenciaba la flamante asesora pedagógica en el mismo centro de Cerdanyola -,
de ahora en adelante los tutores se encargarán de revisar cada semana todas las
faltas que sus alumnos hayan perpetrado en las diversas asignaturas.
Consecuentemente deberán sancionar aquellos alumnos que se les ha llamado la
atención por charlar en clase, no traer los deberes o haber sido expulsados del
aula.
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Perdón – intervino un profesor asustado -, ¿pero no sería
mejor que cada docente sancionara al momento, y no esperar que a final de
semana lo hiciera el tutor?
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No – contestó la pedagoga -, el tutor debe centralizar
todo lo que ocurre en su grupo.
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Sí, pero los que no son tutores no tomarán cartas en el
asunto. Luego vendrá el de tecnología y me dirá que mis alumnos no le respetan.
Por mucho que castigue a mis escolares sólo lograré que me sigan respetando a
mi, y no al de manualidades electrónicas.
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Ya lo preguntaré – otra vez con rabia - y os daré una
respuesta en la próxima reunión.
Y tampoco la hubo.
Vistos estos sucesos, parece
claro que muchos pedabobos y pedabobas, por justificar el sueldo que
les paga, se dedican a entorpecer la labor de los docentes con asuntos teóricos
y ajenos a la realidad educativa. Lo más perverso de este tipo de malos
educadores es que resultan hábiles relaciones públicas y alcanzan grandes cotas
de reconocimiento social. Muchos al abandonar el aula y dejar de soportar las
consecuencias de sus propias teorías, consiguen dedicarse a diseñar leyes y
cursillos para quienes todavía permanecen en clase, es decir tienen mucho
tiempo para llegar a los oídos de políticos y dirigentes deformando sus mentes.
Los consejeros de esta estirpe les pesa más la teoría que la práctica, y está
cantado que los pedabobos y las pedabobas, por justificar el sueldo que
se les paga, se dedican más a convencer a altos cargos de su importancia que
realmente a mejorar el sistema de enseñanza en su globalidad, es decir alteran
sólo el sistema escolar sin mejorar administración educativa, igualdad social y
condiciones familiares.
Cabe observar que los
mejores asesores no pueden ser estos teóricos sino aquellos docentes que reúnen
las siguientes características. Primero impartir más de dieciocho horas
semanales de clase. Segundo trabajar con más de veinte alumnos por grupo y no
con clases reducidas como hacen algunos supuestos expertos. Tercero llevar en
la educación unos cuantos años cumpliendo las dos premisas anteriores. Y cuarto
y último, haber trabajado con alumnos diversos en cuanto a nivel académico,
clase social y origen étnico. Si en su centro hay profesores con esas
características valore su fortuna. En Estonia y Finlandia, y por razones obvias, el número de expertos
teóricos en los centros educativos es nimio, no hay. A éstos que pretenden saber
mucho, estudiar poco y deslumbrar algo, se les desterró del sistema educativo. En nuestro país cada día hay más y el fracaso escolar persiste.
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