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martes, 3 de enero de 2017

57. ¿FRACASO ESCOLAR CAPITALISTA?

Durante el curso 1999 – 2000 el Ministerio de Educación publicó los índices de fracaso escolar por comunidades dando una media aproximada del 20 por ciento, es decir, veinte de cada cien alumnos no superaba la Enseñanza Secundaria Obligatoria, la ESO. Pasados diez años, y bajo el estandarte de la reforma educativa, la cosa no mejoró sino que empeoró sobrepasando el 25 por ciento. Hoy en día rozamos el 30 por ciento, más del doble de la media europea. Parece obvio que la reforma educativa podría estar detrás del aumento del fracaso escolar nacional. Un conjunto de psiquiatras del hospital de la Vall d’Hebron de Barcelona presentaron en 2015 datos que podían interpretarse en este sentido. La reforma educativa de los años noventa bajo su LOGSE, LOCE, LOE y posteriores versiones daba prioridad a la pedagogía constructivista y acusaba a docentes y familias como causa principal del chasco escolar. Bajo aquella pedagogía se aseguraba que nuestra enseñanza alcanzaría cotas jamás vistas. Dado el chasco educativo nacional fue obvio que aquello fue una creencia y no una evidencia. Quizás uno de los problemas de aquella reforma, y en ello estaría la investigación psiquiátrica que va a detallarse, fue que se descuidó algo esencial, que en infantil y primaria está la base de todo buen sistema de enseñanza.

El 19 de febrero de 2011 el Canal 33 emitió un reportaje del todo desolador. El instituto Molí de la Vila en la población de Capellades, Cataluña, mostraba el desconcierto y frustración de todos sus docentes ante el elevado fracaso escolar de sus alumnos. Al poco, el Dr. Miquel Casas del hospital de la Vall d’Hebron, se puso en contacto con la directora del centro. Su objetivo era estudiar el perfil de los alumnos para determinar la causa de su naufragio académico. Luego se fueron añadiendo más y más centros en el estudio que conllevaron una interpretación refrendada con miles de datos contrastados. Las primeras conclusiones del equipo del Dr. Casas aparecieron en julio de 2015. El proyecto que llevaba por título Evaluación y Tratamiento Psicopatológico en el Fracaso Escolar y Académico, fue avalado por el Departament de Salut y el de Ensenyament de la Generalitat de Catalunya. Las conclusiones fueron aplastantes.

Primero, entre un 15 y un 20 por ciento de los alumnos padecen en su infancia disfunciones educativas que bajo un diagnóstico y tratamientos prematuros pueden ser corregidos.

Segundo, con independencia de su origen social, geográfico o étnico, los porcentajes anteriores se mantienen en los niños de toda Europa.

Tercero, este 20 por ciento de alumnos, en caso de no ser diagnosticados y atendidos en infantil, fracasan en sus estudios independientemente tanto del modelo pedagógico aplicado, del tipo de docentes que les atienden o del perfil del centro donde fueron matriculados. Es decir, las modas educativas no mejoran la situación y los alumnos buenos perseveran siendo buenos, los intermedios continúan como intermedios y los que fracasan siguen suspendiendo.

Cuarto, en los países nórdicos, especialmente sensibles a los trastornos en el aprendizaje, se diagnostican y tratan estas disfunciones ya en infantil, por ello los porcentajes de desastre escolar son los más bajos de Europa, entre un 5 y un 10 por ciento en secundaria. El caso ya mencionado de Finlandia es uno de ellos. Por tanto, y bajo un diagnóstico y tratamientos prematuros entre los 5 y los 9 años, los alumnos aumentan significativamente su rendimiento académico, o lo que es lo mismo, disminuye su fiasco escolar.

Quinto, en nuestro país apenas existe diagnosis y tratamientos en la primera infancia escolar. Ello explica gran parte del casi 30 por ciento del fracaso escolar nacional, más del doble que la media europea. Una infantil y primaria bajo las pedagogías del aprendizaje feliz y fácil no descubren claramente a los alumnos con disfunciones, es decir, una educación sin esfuerzo no delata a quien le falta la capacidad.

Sexto, el sector social que reduce este infortunio escolar se halla en las familias más cultas y adineradas. Éstas tienen mayor acceso a la información médica y a su pago. Por lo tanto buscan y pagan una diagnosis y tratamientos prematuros en mayor proporción que otros sectores sociales, véase el caso de muchos escolares matriculados en centros elitistas. Cabe recordar que la mayoría de diagnosis y tratamientos en nuestro país devienen de uso privado sin subvención alguna del estado. En resumen, que parte del acceso a una de las soluciones al desastre escolar sólo está en manos de una minoría con mayores recursos en conocimientos y economía. Nuestro fracaso escolar es, en cierto modo, capitalista.

Y por último, los alumnos sin disfunciones, aproximadamente nuestro 80 por ciento, siguen un rendimiento muy similar al de el norte de Europa, Finlandia incluida. Esto ocurre tanto en la escuela pública como en la concertada. Resulta totalmente obvio que el alarmante hundimiento escolar nacional no es debido a una mala calidad docente sino a una falta de diagnosis de las disfunciones psíquicas en infantil, al consecuente sesgo en su tratamiento y a un modelo pedagógico teórico y alejado de la realidad. En definitiva, el éxito de un buen sistema de enseñanza se halla siempre en infantil y primaria. O dicho de otro modo, el fracaso escolar hunde sus raíces en las etapas iniciales de la educación y no en secundaria. Probablemente un mínimo de un 15 por ciento procede de disfunciones no diagnosticadas ni tratadas en infantil, y otro 15 por ciento de un modelo pedagógico teórico y sin una Enseñanza Múltiple Contrastada. Sumadas las dos se acercan tremendamente al 30 por ciento de fiasco total nacional. Visto todo lo anterior, quizás estemos cerca de una teoría global del colapso escolar nacional.

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